La Página de Bedri
Relatos prohibidos Navegando después del trabajo
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Después de unas semanas de habernos conocido en una reunión, en la que un grupo de amigos de mi esposo se enteraron que yo les podía hacer una inspección y una evaluación sanitaria y médica a sus instalaciones y personal de sus industrias exportadoras de mariscos, recibí la atenta llamada de uno de ellos para preguntarme si estaba interesada y dispuesta a realizar ese trabajo. Me explicó que eran tres empresas, con un promedio de unos ochenta trabajadores fijos, y otros cuarenta eventuales, pero que en realidad, lo que le interesaba, era que los fijos quedaran registrados oficialmente. ― ¿Y ustedes quieren que eso se lo haga en un solo fin de semana? ―pregunté. En todo caso, nosotros te daremos la información básica y tú solo los chequearás y decidirás si están con buena salud y en capacidad de seguir trabajando. Además, te pondremos una secretaria para que vaya pasando los datos a la computadora que tú le dictes, y una auxiliar de enfermería para que te ayude en lo que necesites. ― Bueno, mira; eso me llevaría por lo menos dos días por empresa, siempre y cuando estén bien organizado. Pediría licencia en el hospital por una semana, y a ver si lo terminamos antes. ― De acuerdo ―me dijo― ¿Y cuáles serían tus honorarios incluida tu firma de responsabilidad? Por cierto, nosotros te pagaremos el mejor hotel de la ciudad y todos los gastos que tengas que hacer. Hice rápido los cálculos y le dije que, si terminaba antes del fin de semana, les cobraría dos mil quinientos dólares americanos por cada empresa, con sus informes respectivo― Ustedes decidan. ― Gracias, ¿pero para cuándo podrías venir? ― Para la próxima semana ―contesté. Se lo diré a mis socios y amigos, estamos jueves, máximo esta noche te llamo para que tengas tiempo de pedir la licencia y te organices. Estaremos en contacto. Me emocioné, no me vendría mal ganarme ese dinero. Llegada la noche, se lo comenté a mi esposo― Ya lo sabía porque me han llamado para invitarme, y dependiendo de cuando termines, yo les caería para salir de pesca, bucear y pasar todo el fin de semana en alta mar, farreando contigo ―me dijo. Me sonó el teléfono ― Hola soy Antonio, el socio de Carlos y hemos aceptado tu propuesta, el lunes a las 6:00 h. te paso a recoger, envíame la ubicación y listo. ― De acuerdo ―le dije. Al día siguiente, pedí la licencia, organicé el hospital, dejé reemplazo, y me vine a casa. Como casi siempre, el sábado mi esposo se fue de pesca con otro grupo de amigos y llegaría el domingo por la noche; ese día, estuve muy atareada con un compromiso familiar. Llegué cansada y en una maleta organicé la ropa para una semana, y en otra, que es solo para la playa, comprobé que el bronceador, las toallas y mis cremas estuvieran en su sitio. Puse dos micro bikinis, que son los que me gustan para exhibirme y que le encantan a mi esposo, porque parece que le excita el ver que hombres me miren y me deseen, y yo soy campeona para eso. En eso, llegó mi esposo y le pedí que él me escogiera dos trajes de baño, enteros y más decentes, porque no sabía cómo iba a ser el comportamiento de las otras señoras si usaba los micro bikinis delante de ellas― Los guardas y cierras la maleta ―le dije. ― De acuerdo ―me gritó. Para cuando llegaron a recogerme, a las 6:00h ya estaba lista me despedí de mi esposo, cogí las maletas y me fui. Era Antonio, y al verlo, me quedé sorprendida al reconocer en él al chico de la universidad que anduvo tratando de conquistarme, y a quien rechacé en múltiples ocasiones por ser un hombre que solo quería acostarse con toda mujer que le pareciera bonita. Recordamos aquellos tiempos de universidad en que salíamos a farrear después de cada examen. Conversamos de mi matrimonio y de que él no terminó la carrera porque se dedicó a los negocios con un dinero que le dieron sus padres. Que estaba divorciado y que vivía solo; ― ¡Claro! ―le dije― ¿Qué mujer te aguantaría si eras un mujeriego empedernido? ― ¿Y tú, dejaste de ser la niña recatada que huía de sus pretendientes? ―preguntó ― Bueno, ya no soy la misma; ahora soy muy liberada, soy una mujer que sabe lo que quiere y a dónde quiere llegar ―Así conversamos durante las tres horas y media que dura el viaje hasta el puerto pesquero donde estaban asentadas sus empresas. Nos estaban esperando sus socios y el personal a chequear. Tras el saludo de rigor me puse a trabajar. Cerca de las cinco de la tarde, Antonio regresó para llevarme a cenar con sus amigos y decidir asuntos de trabajo para luego llevarme a mi hotel. Esa noche en el hotel, llamé a mi esposo para saludarlo y contarle que me habían atendido de maravillas y que lo llamaría en otro momento porque estaba muy cansada y que me recogerían muy temprano para continuar con el trabajo. Al día siguiente, desayuné y me recogieron con rumbo a la empresa de Carlos, socio de Antonio, a terminar lo comenzado y salir inmediatamente a la otra empresa que era de Ramiro. Terminé cerca del mediodía y salimos después de almorzar el rancho del personal. Llegamos a la otra empresa, y notaba y veía que entre los socios comentaban algo sin quitarme la mirada de encima, no andaba nada provocativa, salvo que, mi mandil apretado a mi cintura dejaba ver un poco más mis caderas. Tal vez sería mi camiseta de escote en V que dejaban ver algo de mis senos y mis abultados pezones, pero no le di importancia, pues ya estoy acostumbrada a esas miradas de parte de los hombres. De camino al hotel les dije que al ritmo que estaba, si no se presentaba ningún contratiempo, estaría terminando con la empresa de Víctor el jueves por la tarde o noche― ¡Perfecto! ―dijo uno de ellos ―Así, si tu esposo se viene temprano y el viernes salimos a alta mar a divertirnos. ― De acuerdo ―dije― Buen merecido descanso para una semana tan ajetreada. El jueves nos quedamos trabajando hasta tarde, y oí como ordenaron preparar el yate para zarpar temprano en la mañana del viernes― No olviden la comida, la bebida, y que la tripulación debe estar lista, avísenle al capitán. Me dejaron en el hotel y me recordaron que pasarían temprano por mí. Llamé a mi esposo y le dije que lo estaríamos esperando en el yate para zarpar― Al fin, una nueva aventura para relajarnos ―dije. Para las fiestas de las noches, había llevado dos vestidos cortos de tirantes, muy escotados de espalda y pecho, muy sexis; uno rojo y otro blanco, de esos que se ciñen al cuerpo y resaltan las curvas, dos pares de zapatos tenis, dos pares de zapatos rojos y negros de tacones altos que iban muy bien con ambos vestidos, más dos mudas de mini faldas y camisetas dentro de la maleta de playa. Esa mañana desayuné en la habitación, me vestí con una camiseta, una mini falda pantalón y zapatos tenis. Me recogieron y me llevaron al club de yates, ahí nos esperaban Víctor, Carlos, y Ramiro; me quedé sorprendida porque era un yate muy, muy grande. Nos saludamos con besos y me invitaron a embarcar. Antonio me presento a la tripulación, de dos marineros y el capitán. ― Por cierto, ¿dónde están sus esposas? ―pregunté, A lo que Víctor contestó― Tuvieron un imprevisto de última hora, y no pudieron venir; pidieron que las disculpemos y que para la próxima nos acompañarían; además, tu esposo me dijo anoche, que zarpemos y lo recojamos en el muelle que está a una hora de aquí, para él no venir hasta acá y perder tiempo ¿No te ha dicho nada? ― ¡No! ―le dije― Me quedé dormida y todavía no he leído los mensajes, bueno, si en eso han quedado, ¿qué puedo hacer? Partimos y me sentía, estaba con un ex acosador y mujeriego, y tres tipos más, que a pesar de que todos eran guapos y muy educados, incluido Antonio, eran unos perfectos desconocidos. ¡Ah! y no se diga los tres miembros de la tripulación. Mientras navegábamos con rumbo al otro puerto, media hora después de haber partido, y de estar entrando en calor con los tragos, bocadillos, la música y la conversación en doble sentido, porque cada cual más quería coquetearme; le sonó el teléfono a Antonio, era mi esposo que le decía algo, a lo que Antonio le respondió― ¡Chuta compadre! dígaselo usted mismo ―y me pasó el teléfono, al otro lado mi esposo me decía que lo disculpe, pero que no podía ir por cuestiones de trabajo, y que no había problema si me quedaba con ellos todo el fin de semana, ya que él los conocía, que eran muy respetuosos, y que él confiaba en mí. ― No es cuestión de confianza, es que te esperaba para pasar juntos este fin de semana ―le dije muy molesta. ― Mira mi amor, no puedo, estoy hablando de que, si me voy, pierdo un contrato muy grande, además de que Antonio dijo que la esposa de Víctor está con ustedes en el yate, hazte amiga de ella para que no te sientas tan sola. ― ¿Eso te dijo Antonio? ¡Ah! Entonces no te preocupes, me quedaré todo este fin de semana con ellos ¡Gracias mi amor! ― Pórtese bien, sea una niña buena y que lo disfrutes. ― Claro que lo voy a disfrutar, y seré una niña buena y obediente ―Le dije en forma sarcástica, y enojada le cerré. Todos vieron mi enojo, y oyeron lo que dije al final. Estaban en silencio, esperando mi reacción o comentario― Bueno chicos, ya oyeron, creo que este plan lo prepararon de tal manera, que parece, les ha salido a la perfección. Estoy enojada con mi esposo, de paso, el piensa que la esposa de Víctor está con nosotros ―a lo que Víctor dijo― Nooo, si está aquí, pero en foto― Hubo risas por todos lados, que hasta se dibujó una en mi rostro. ― Solo por no darle gusto a mi marido, no los hago regresar a puerto ¡Me quedo! Pero con una condición, que se porten bien, para que yo también me porte bien con ustedes (y bien "buena", porque estaba despechada) ―Todo fue algarabía después de escuchar eso. Antonio ordenó al capitán poner rumbo a mar abierto en busca del bajo que íbamos a visitar para poder nadar y bucear. Ahora que estaba sumergida en la vorágine de mis pensamientos, liberada de control alguno, despechada por lo sucedido, y rodeada de muchos hombres a los que ya les había despertado el deseo desde el momento en que me conocieron, no me quedaba más que dejar fluir en mi mente aquel morbo libidinoso, y disfrutar de la cacería que se cernía sobre mí, en donde yo era la presa y ellos los lobos. Decidí relajarme y participar más libremente del ambiente y de la compañía de todos aquellos hombres. Cocteles, bocadillos que iban y venían, la música, que cada vez más, me hacía llevar el ritmo con mis caderas en el sillón en que estaba sentada. Eso los animó tanto, que Antonio me sacó a bailar un merengue bien movido― No sabes con quien te metes ―le dije cuando acepté su invitación, y claro, les demostré mis dotes de baile con movimientos muy sexis y provocativos, haciendo que me aplaudieran. Terminada la pieza, Antonio me llevó a mi asiento a la vez que me agradecía. Me dijo, que de mí dependía si quería pasarlo bien con todos ellos, después de todo, eran un grupo de uno para todos y todos para uno. Y que todo lo que sucediera en alta mar, se quedaba en alta mar, a lo que le contesté con corrección― Una para todos y todos para una ―al tiempo que le daba un besito en la mejilla de la excitación de saberme sola con todos ellos, y por la incertidumbre de lo que pudiera ocurrir después de prácticamente la autorización de mi marido. El ambiente se iba encendiendo cada vez más, no paraban de sacarme a bailar, el licor y las miradas morbosas sobre mis tetas puntiagudas que ya se dibujaban muy claramente en mi camiseta mojada por el sudor, me tenían sofocada y abochornada, hasta que de pronto, oí al capitán avisar que estábamos en el bajo. Todos lo festejamos, en especial yo, que, por el calor de los tragos y el enojo con mi marido, estaba despechada esperando vengarme; era el momento de exhibirme con uno de mis micro bikinis, ideales para la ocasión. Me llevaron al que iba a ser mi camarote para que me cambiara; era una amplia alcoba muy elegante. Abrí mi maleta y busqué el micro bikini de color piel, me desnudé y me lo puse, me miré al espejo y me veía espectacular, como si no me hubiera puesto nada. Sabía el revuelo que iba a causar cuando me vieran; pero sentí algo de temor. Siempre he tentado a los hombres teniéndolos a distancia, pero acá, no tendría escapatoria alguna. Recordé las palabras de una amiga tan loca como yo― Mientras tú tengas el control, solo pasará lo que tú quieras que pase ―Entonces pensé que debería tener un aliado en caso de que la situación se descontrolase, y ese sería Antonio, mi ex pretendiente. Salí al corredor con rumbo a la sala interior donde me estaban esperando. Mientras caminaba por el corredor al encuentro con ellos, mis piernas temblaban, sentía que mis caderas y nalgas hacían mis contoneos muy exagerados, ya estaba poseída por la Caro exhibicionista. Hice mi aparición diciéndoles― ¡Ya estoy lista! ―Unos cayeron como si estuvieran convulsionando, otros se quedaron sin habla; entonces, parada en medio de la sala, con los brazos en alto les dije― ¿Quién me quiere poner la crema bronceadora? ―Todos se ofrecieron pero escogí a Antonio. Me untó bronceador por todo el cuerpo, de pies a cabeza y los demás le decían que tenía que ponerlo hasta en las partes cubiertas por los minúsculos triangulitos de tela, cosa que no hizo, sin duda por algo de respeto y de vergüenza. Cogí el bronceador y le dije― Esto se hace así ―Puse un poco de crema en ambas manos y las metí por debajo de los triangulitos que cubrían mis areolas y pezones, los froté circularmente, y me los acomodé ante los ojos saltones de los depredadores, luego hice lo mismo con el diminuto triangulito que no cubría casi nada mi vulva. Nuevamente se oyeron gritos y aplausos. Chasqueé las manos y les dije― ¡Chicos, ahora a nadar! ―me puse la mascarilla, las aletas de buceo y me eché al agua. Los cuatro, como si fuera una coreografía se lanzaron uno tras del otro detrás mío. Nadé y buceé hasta quedar agotada, nadé hasta el yate y comencé a subir la escalerilla, mientras un chico de la tripulación me esperaba ofreciéndome la mano en lo alto para ayudarme a subir. Le di la mano y me jaló, mientras Víctor, por detrás, aprovechaba para empujarme de las nalgas, con tan mala suerte para mí, y buena suerte para ellos, por el espectáculo que les iba a dar, que la única argollita que sostenía y mantenía unido ese diminuto traje sobre mi cuerpo, se abrió al engancharse en una saliente de un escalón, cayendo la argolla al mar. Lógicamente, la parte de atrás del hilo cayó y quedó remordido entre mis nalgas, y la parte frontal que eran dos hilos en V, y que cubrían mis tetas, quedó colgado con el hilo que remordían mis labios vaginales; en pocas palabras, el micro bikini quedó colgando de mis nalgas. Cuando estuve sobre cubierta, con un brazo y mano, traté de taparme mis senos y con la otra, trataba de taparme mi sexo mientras corría a refugiarme en el interior. El hilo quedó tirado en la cubierta, mensaje inequívoco para los que venían atrás de que estaba completamente desnuda. Pero, oh sorpresa, Ramiro y Carlos ya estaban sentados esperando que llegáramos. Y no me quedó más que lanzarme al primer sillón que encontré, y sentarme con las piernas bien cruzadas y tapándome como podía. Con una risa nerviosa de saber que todos estaban gozando por lo sucedido y por el espectáculo que les estaba dando, les dije― ¿Qué cosas no? Una se quiere comportar como una chica seria y termina como una cualquiera. De pronto, cuando ya todos estaban sentados y comiéndome con sus miradas lascivas, Ramiro dijo― ¡Muy bien! cierra los ojos y verás que te sentirás mejor cuando cuentes hasta diez y los vuelvas a abrir. Me reí y cerré los ojos mientras contaba hasta diez, oí murmullos y terminado de contar, abrí los ojos y todos se habían desnudado. Instintivamente, al ver sus cuatro penes hinchados y medio erectos colgando frente a mí, entre risas y espanto fingido, levanté mis manos para taparme los ojos dejando mis tetas al descubierto. Al oír aplausos, caigo en cuenta de lo que había hecho, y les dije que eran una sarta de malvados. Antonio vino hacia mí, y mientras lo hacía, no podía quitar la mirada de tremendo pene erecto que se bamboleaba amenazante, me tomó de las manos y me las hizo retirar de las tetas para dejarlas al descubiertas― ¡Relájate! Ya te dije que nada se hará si tú no lo deseas, siéntete libre. Entre nosotros no hay tapujos, somos unos caballeros y por muy borrachos que lleguemos a estar, nada de lo que te hagamos será para hacerte daño ―Acto seguido, me dio un vaso con whisky casi lleno, y me lo tomé de un solo envión para relajarme y prepararme de una vez para lo que se veía venir. Estaba muy excitada, el morbo de verlos caminar desnudos con sus penes medio hinchados, colgando y moviéndose pesadamente a cada lado me tenían mareada, y más aún, que me puse a beber más seguido para entonarme y perderme. Esas palabras de "nada de lo que te hagamos será para hacerte daño", predecían que me esperaban dos días de desenfreno. Yo, que máximo había estado con dos hombres a la vez, ahora sería compartida entre cuatro, y eso sin contar que, si no me dejaban satisfecha, podría escaparme para satisfacer a los de la tripulación. Mi cuerpo temblaba con esos libidinosos y morbosos pensamientos, hasta que desperté de mis sueños, cuando oí un merengue que me gusta bailar en las fiestas. Lo había puesto Antonio para sacarme a bailar, me alargó las manos, se las tomé, pero no quise levantarme, pues estaba algo aturdida, no sabía si debería hacerlo o no― Mira, ―me dijo― sabemos que lo estás disfrutando, solo déjate llevar y sé tú misma. Cierto que tal vez no estés acostumbrada a esto pero no estaría mal, que alegres y engalanes la sala con ese cuerpo de diosa. Así que, deja salir a la mujer fogosa y desinhibida ―Y de un tirón me levantó, me abrazó y me hizo bailar apegada a él. Notaba su pene grueso y pesado rozando mi vientre, me relajé y me entregué a sus brazos y al baile a la vez que me puse a morbosear con mi cuerpo aquel bulto que me golpeaba a cada rato. Sus amigos reclamaron luego su turno para bailar conmigo, lo que les acepté gustosa, pues ya estaba desenfrenada Llegó uno de los marineros y nos avisó que la mesa estaba servida, y así desnudos nos fuimos al comedor, y almorzamos manjares de mariscos acompañados de finos vinos. Conversamos sin tapujos de las preferencias sexuales de todos y cada uno de nosotros. Yo ya había pasado el límite y estaba completamente desinhibida; cuando me preguntaron ― ¿Cómo te gustan los hombres, y qué es lo que más te excita de ellos? ― Me gustan los hombres porque tienen un pene que nos hace gritar de placer cuando lo saben usar, pero físicamente, me gustan que sean guapos, fuertes, mucho más altos que mí; en lo intelectual, educados y respetuosos ―les dije. ― ¿Y las mujeres también te gustan? ― ¡Sí!, pero esa relación es diferente, más intensa y apasionada. La combinación de cócteles, Whisky y vino, me tenían mareada y vi que eran cerca de las 17:30h, momento ideal para descansar, mientras veía la puesta del sol en la cubierta de la proa. Me tendí sobre una serie de cojines acolchonados blancos, al tiempo que la tripulación, me miraba desde la plataforma superior de comando. Se me unieron mis cuatro pretendientes a observarme si estaba dormida, pues tenía mis brazos sobre la cara tapando los ojos, pero los estaba viendo, momento en que reí, al decirles― ¿Están estaban pensando orinar sobre mí? porque esas cosotas las tienen apuntando sobre mi cuerpo, mejor se vayan, de lo contrario, los tiraré al mar uno por uno. Recuerden que tenemos toda la noche y el día de mañana enteros ―Todos rieron y optaron por no molestarme acostándose a mi lado. Cerca de las 19:30h, aun con el cielo rojizo, Antonio me despertó para decirme que mejor me vaya a mi camarote para que descanse, pues estaba corriendo mucho viento y el capitán, ya estaba buscando un lugar cerca de una playa para anclar el barco y pasar la noche. Se lo agradecí mientras me acompañaba a mi camarote y le dije que tomaría un baño y que saldría a las 9 de la noche, y que se pusieran guapos y perfumados. Tomé una ducha caliente, extendí una toalla sobre la cama y me acosté sobre ella hasta quedarme nuevamente dormida. Serían eso de las 21:30h cuando golpearon la puerta del camarote. Estaba aún dormida y dije― Pase, ―sin acordarme que estaba desnuda, era uno de los miembros de la tripulación, que al entrar se sorprendió encontrarme desnuda sobre la cama, y sin quitarme los ojos de mi cuerpo, me informó que los señores me estaban esperando― Disculpe ―le dije― no pensé que fuera uno de ustedes, no se asuste y dígales que me estoy vistiendo ―Pero el chico no se movía, estaba idiotizado mirándome fijo, así que tuve que levantarme y preguntarle― ¿Nunca has visto una mujer desnuda? ―a lo que contestó― Sí, pero ninguna como usted ―Me encanta tentar a los hombres cuando estoy libidinosa, pero me dio tanta pena verlo así, que para que supiera que yo era real, tomé sus manos y me las llevé a los senos para que me los tocara, luego se las bajé muy lentamente rozando la piel y para que apreciara mis caderas y mis nalgas, para que al final, con una mano le hiciera empalmar mi vulva; luego, para sacarlo de aquel letargo y reaccionara, le empalmé y apreté su bulto, lo giré y le di una nalgada diciéndole, ya váyase que lo van a echar del barco y cerré la puerta. Me maquillé, me perfumé y me puse solo el sexi vestido rojo que había llevado para la noche con mi marido. Lástima por él, porque ahora tendría cuatro maridos para mi sola por falta de uno ¡Él se lo perdía! Me acomodé el escote y los tirantes, un par de aretes, un collar y una pulsera, calcé mis zapatos de tacón rojos, y me miré al espejo; estaba linda y arrebatadoramente provocativa con mis pezones queriendo hacerle dos huecos a la tela cerca del borde de mi escote. Llegué a la sala en donde ya estaban todos bebiendo y medio bailando siguiendo el ritmo de la música; habían quitado la mesa de centro y hecho espacio para poder bailar. Lógicamente entré bailando con movimientos muy sensuales, causando algarabía, empujando uno a uno los sillones para poder bailar para ellos; mientras lo hacía, me pusieron al día con los tragos de whisky. Ellos ya habían comenzado a beber comenzado desde una hora antes, y querían que yo estuviera de igual a igual, así que me tomé de cada uno, los vasos casi llenos que me brindaban. Bailé con cada uno de ellos, desde boleros y baladas, hasta reguetón y el famoso perreo. Como era de esperarse, algunos aprovecharon para agarrarse de mis nalgas y caderas para, según ellos, acoplarse mejor a mi ritmo, y con disimulo subirme el vestido, que sin necesidad de hacerlo ya se estaba subiendo con tantos movimientos y manoseos, sin que yo, supuestamente lo notara. Eso hizo que mi morbo aumentara y me pusiera más puta, pero de las elegantes y refinadas. Cerca de las doce de la noche, Antonio hizo una seña a sus amigos, me tomó de las manos y me llevó a cubierta. Afuera todo era oscuro, salvo las luces de navegación y uno de los marineros que estaba de vigía oteando el horizonte y la playa con un reflector por si acaso algún barco nos quisiera abordar. ― No te preocupes ―me dijo― solo es por precaución, con semejante tesoro como tú en este barco, no podíamos dejar de tomar las precauciones debidas ―Me miró y me besó; lo abracé del cuello y le correspondí mientras me tomaba con una de sus manos de las nalgas y me estrujaba contra él― ¿Lo hacemos aquí afuera? ―Me preguntó pero le dije― No, eso para otro momento, ahora tiene que ser especial, no en vano has esperado tantos años, y no me importa ahora, ser una más en tu lista de mujeres― Le tomé de la mano y me lo llevé a mí camarote. Cuando pasábamos por la sala, todos protestaron gritándole a Antonio― ¡No te la lleves! ¿Y nosotros? ― A lo que, mirándolos y con una coqueta sonrisa, les dije― Tranquilos chicos, la noche es virgen y esto es una emergencia ¡Espérenme! Dando tumbos por el pasillo, con besos y manoseos apasionados, llegamos al camarote. Antonio ya me tenía casi desnuda, me agaché y di buena cuenta de su pene que ya estaba a reventar, tieso como un mástil. Mientras tanto, él me subía el vestido hasta la cintura y me manoseaba el culo, la vagina, y las piernas. Me la sacó de la boca de un tirón, me hizo erguir, me sacó el vestido y me estrujó y chupó las tetas casi hasta reventarlas, luego me levantó en peso y me puso sobre la cama, me abrió las piernas y clavó su cabeza en medio de ellas para besar, lamer y chupar todo lo que tenía para él, allí en ese momento. Estaba desesperado y sabía que se iba a venir muy pronto. Me montó y arremetió como taladro neumático mientras yo me mordía los labios, chillaba y gemía, por las arremetidas que me causaban algo de dolor, y por el placer que a la vez sentía. Luego, antes de acabar, se encaramó sobre mí y acabó en mi boca; luego se dejó caer a mi lado jadeando, estaba muy cansado y simplemente se durmió, dejándome a medio talle y muy enojada. Definitivamente, no era un buen amante, sin duda por eso, no podía mantener una relación estable, pensé. Pero la noche estaba comenzando, y allí afuera esperaban otros tres hombres deseosos de poseerme, tal vez alguno, o todos me satisfarían y apagarían ese fuego que me consumía. Me levanté sigilosa para no despertarlo, después de todo ya era uno menos. Me duché para volverme a poner el vestidito rojo que los tenía locos, me miré al espejo y estaba como nueva, pero ahora con aquel desengaño, más lujuriosa y atrevida, porque mi cuerpito necesitaba acción. Cuando iba por el pasillo camino a la sala, comenzaba a sonar esa canción muy movida de Oro Sólido, que se llama "Moviendo las caderas", y la aproveché para aparecer bailando y meneando las caderas con las manos en alto. Pero ¡oh sorpresa! todos estaban desnudos, solo con sus zapatos tenis. Los ignoré y seguí bailando mientras ellos me hacían el ruedo y me aplaudían cada que hacía movimientos sensuales y provocativos, todo ello con un solo fin, el que se me subiera cada vez más el vestido, y que, con tantos brincos de mis tetas, vayan quedando mis pezones al aire. Yo, como si nada de eso ocurriera, los dejaba asomar algo de vez en cuando para deleite de todos ellos. Tragos y bocadillos iban y venían mientras me sentía la mujer más deseada del mundo, cosa que me hacía mojar tanto que no sabía si era sudor o mis secreciones vaginales lo que sentía chorrear por mis muslos. Me sentía como una putita en un bar lleno de hombres deseosos de poseerme. La música no paraba y el whisky se lo bebían como si fuera agua. Las salidas a bailar con cada uno de ellos, eran cada vez más atrevidas y el roce de los cuerpos ya no era tal. Sus manos al principio me tomaban de la cintura pero luego fueron bajando a medida que se iba calentando la noche hasta posarse directamente sobre mis nalga. Eran apretones y manoseos que me estaban volviendo loca de deseo. Ya no podía mantener el control de mi cuerpo. Carolina, la doctora seria y recatada, había perdido el mando; ahora era Caro, la putita desvergonzada quien lo tenía. Le dije a Carlos que pusiera una canción muy romántica, y les pedí que se sentaran. Sonó la música, y en medio de la sala les bailé muy sensualmente. Me contoneaba y hacía resaltar las curvas de mi cuerpo con mis manos, y mientras hacía eso, muy lentamente les dejaba ver más de él. Con los ojos cerrados, concentrada en lo que hacía, me manoseaba y estrujaba en forma circular mis tetas, como si se las estuviera brindando. Me recorría las caderas y las nalgas a la vez que me subía poco a poco el vestido, y antes de que terminara la música, me lo saqué por completo y me quedé desnuda con las manos en alto y el vestido en una de ellas, entre aplausos y felicitaciones. Los tres, que tenían sus penes apuntando al cielo, se levantaron de sus asientos y me rodearon. Sentía sus penes rozar mi cuerpo y yo ya estaba entregada y dispuesta, Me manosearon y me besaron y volví a cerrar los ojos y todavía con los brazos en alto me dediqué a disfrutar de las seis manos que me acariciaban, me estrujaban y hurgaban por todos mis lados, así como de sus labios y lenguas que me besaban y lamían toda. Acomodaron en medio de la sala unos taburetes altos y acolchados formando una gran cama, y les dije― Para que me porte como una verdadera putita, me tienen que dejar completamente desnuda. Y desnuda es estar sin absolutamente nada sobre el cuerpo ―entonces se esmeraron en sacarme los aretes, el collar, la pulsera y los zapatos. Finalmente les dije― Ahora sí estoy desnuda para ustedes. Uno de ellos, me levantó en peso y me acostó, me abrieron de piernas y brazos, y me volvieron a manosear. Esta vez, me dejé llevar por las sensaciones revolcándome y gimiendo ante tantas caricias y besos ¡Caro estaba allí revolcándose con las caricias de tres hombres! Me montaron uno a uno, me hicieron acabar un millón veces. Luego boca abajo y por el culo, así mismo uno por uno, y luego en grupo por delante y por detrás a la vez. Se turnaban cada vez que podían y yo solo era una muñeca de trapo que manejaban a sus antojos. Los ayudaba con mis movimientos, gemidos y de vez en cuando, gritos de dolor y placer por la violencia con que me fornicaban. No sé en qué momento desfallecí y me dormí pero a eso de las 10 de la mañana, Antonio, junto a los marineros, nos despertó. Estaba un tanto molesto, sin duda, por haberse perdido la orgía. Había estado despierto desde muy temprano observando esa escena de cuerpos desnudos, según me enteré después. Le alargué la mano para que me ayudara a levantarme, pero le ordenó a uno de los chicos que lo hiciera. Pienso, para no ensuciarse la mano con la mía, que estaba húmeda llena de fluidos. El chico que había estado en mi camarote, me ayudó a levantarme. Mis piernas temblaban débiles por el desgaste físico, a la vez que chorreaban hilitos de líquidos desde mi vagina. Entonces Antonio les ordenó a sus amigos levantarse para poder hacer la limpieza del lugar que olía a puro semen. A mi chico, le ordenó que me llevara al baño y comprobara que me bañaba porque pronto me podía acostar en él. Cosa extraña, puesto que otro hombre, hubiera aprovechado para bañarme el mismo ¿Acaso me estaba tratando como si yo fuera una más de esas prostitutas que sin duda traen al yate?, me preguntaba yo. El chico me ayudó a entrar en la tina, me acosté, abrí la ducha de mano y se la entregué, pidiéndole que me bañara él. Tenía los ojos desorbitados y no la tomaba pero insistí― ¿Quieres hacerlo o no? ―y asintió con la cabeza― Es que estoy extenuada, y si me quedo dormida, sé que no me dejarás ahogar ―mientras tanto, conversamos― ¿Te parece? ―y volvió a asentir con la cabeza. Me di cuenta que era muy tímido y que no pasaría de los veinte años, pero era grande, fuerte y bien formado. En cuclillas fuera de la tina, no atinaba a tocarme; le tomé de la mano y le ayudé a masajearme las tetas, luego bajé hasta mi entrepierna y le dije― Se hace así pero por todo mi cuerpo. Cerré los ojos y me dispuse a disfrutar del masaje, el chico, ya entrenado, lo hizo muy bien. Hasta me hacía arquear el cuerpo y me sacaba gemidos muy ricos cuando frotaba y lavaba mis partes íntimas. Yo solo atinaba a decir― ¡Qué rico! ¡Qué rico! ―casi en un susurro Mientras conversábamos, me contó entre tantas cosas, que Antonio era muy raro y hasta grosero en ocasiones, que una vez llevó a tres mujeres para él, y que cuando desembarcaron, se fueron muy enojadas gritándole, que él era un animal, mientras él les decía que eran unas inútiles. Terminé de bañarme y vi al chico que no despegaba su mirada de mi cuerpo, y se me ocurrió decirle― Te voy a recompensar―a lo que él dijo― No señora, no nos tienen permitido aceptar dinero de las visitas― Cierra los ojos ―le dije mientras me agachaba, le abrí la cremallera de su pantaloneta, y le saqué su gran pene que estaba queriendo salir desde hacía rato. Se lo manoseé como si fuera algo muy delicado, se lo lamí, besé y chupé, e inmediatamente se puso a hacer movimientos rítmicos de empujar. Pensaba solo en masturbarlo, pero viendo sus movimientos agresivos, no iba a perder la oportunidad de tenerlo dentro mío, me tendí sobre la cama, me abrí las piernas y sin acabar de invitarlo ya lo tenía encima mío arremetiendo como demonio. Cuando hubo eyaculado dentro de mí se lo limpié con la boca sentada en la cama. Luego me levanté, le di un beso en la boca, y le dije― Eres todo un hombre ―a la vez que le urgí que se fuera antes de que le llamen la atención, y que aquello quedaba entre los dos. Me metí a duchar nuevamente y cuando salía del baño, entraba Antonio todo molesto― ¿Y ahora qué pasa? ―le dije. ― Acabo de ver al marinero salir arreglándose la ropa, y eso significa que estuvieron haciendo algo, no tienen permitido intimar con nadie, de las invitadas; no me queda más que echarlo del trabajo. ― No lo hagas ―le supliqué― es un buen chico y necesita el trabajo. En todo caso fue mi culpa porque lo dejé que me bañara, ambos nos excitamos y me dejé llevar. Me miró con cara lasciva, cerró la puerta de golpe mientras se desabrochaba la pantaloneta y sacaba su pene, me viró y empujó a la cama cayendo boca abajo, me jaló de las nalgas y las elevó para acercárselas a él, mojó mi vagina y ano con saliva, y arremetió varias veces dentro de ella, como para lubricarse el pene, luego lo sacó y lo puso en la entrada de mi ano que ya estaba muy magullado de tanto que lo habían penetrado en la madrugada. ― No eches a perder este viaje, nada de violencia, todavía tenemos la tarde y noche para hacer cositas ricas ―le dije. No me hizo caso y arremetió varias veces hasta que me lo introdujo de un solo empujón haciéndome revolcar de dolor, y mientras quería huir de él, más me agarraba y envestía contra mis nalgas; lloraba al principio, pero pensé que si gemía como si estuviera acabando, más rápido lo haría eyacular. No pasaron ni cinco minutos que eyaculó, me dio sendas nalgadas que me dejaron rojas las nalgas, y se fue a lavar diciéndome― Gracias, si no lo hubieras hecho, el muchacho estaría despedido, lo has salvado. Mientras, por tercera ocasión me estaba duchando, entendí que ese hombre era un frustrado, que era por eso que las mujeres no lo aguantaban. Pero en mis adentros, si lo disfruté, porque de repente, me gustaba el sexo agresivo, por ser algo que no sucede a menudo y me excita mucho, pero no lo hice saber, aunque mis gemidos y movimientos me delataran. Me vestí con ropa ligera y zapatos tenis y fui directamente al comedor en donde me esperaban. Todas las miradas recayeron sobre mí, había silencio y miradas cómplices mientras comíamos, hasta que rompí el hielo al decirles― Bueno chicos, creo que hemos tenido una extraordinaria noche, espero que ustedes la hayan disfrutado tanto como yo, aunque gran parte de la noche estuve mareada de tanto licor ¿Qué ofrecen para ahora? Se miraron como diciendo― ¿Acaso no quedaste satisfecha? ―Me reí de verles la cara como diciendo― ¡Ya no, otra vez no! ― Bueno, entonces de aquí vamos a descansar como niños buenos, y recuperamos energías, porque nos espera otra noche de diversión ¿O acaso no pueden más? ― ¡Claro que sí! ―dijo por ahí uno― En la repetición está el gusto. Terminamos y me fui a descansar, cerca de las cuatro de la tarde me fueron a despertar, estaban pescando y querían que yo participara. En realidad, fue sencillo después de las instrucciones que me dieron, y de la ayuda que recibí; pesqué dos peces familia de los atunes, de carne blanca y muy rica; uno pesó unos 30 kilogramos, y el otro más de 25. Terminada la pesca, cerca de las siete de la noche, prepararon ceviches y filetes, que nos los servimos inmediatamente. Cansada de tanto esfuerzo físico, me fui a duchar y a prepararme para la fiesta. Esta vez me puse el vestido blanco y salí a cubierta donde estaban esperándome para disfrutar de la brisa nocturna. No soplaba mucho viento, estaba templada la temperatura, y era ideal para conversar acostados sobre las perezosas. Uno de los marineros no dejaba de atendernos con bocadillos y licores. La fiesta la encendimos a las 10 de la noche, y todo fue un reprise de la noche anterior; exceso de alcohol, de comida y claro, yo fui la diosa del sexo. Al día siguiente, las dos noches de orgías y licor, nos las sacamos comiendo ostras y langostas recién cogidas, al tiempo que emprendíamos regreso al puerto. Ya en el club, y antes de desembarcar, vinieron las despedidas de rigor, con besos apasionados y abrazos cómplices entre nosotros, porque luego en tierra ya no lo podríamos hacer para evitar comentarios de la gente. Antes de bajar, Carlos se me acercó y me entregó un sobre diciéndome que allí estaban detallados mis honorarios por los servicios prestados, y un adicional que todos habían acordado darme por las atenciones recibidas de parte mía hacia ellos, y que lo abriera antes de terminar el viaje. Le sonreí y le dije que lo revisaría de regreso a casa. Me llevaron al hotel, recogí mis cosas y luego me llevaron al aeropuerto, cosa que me sorprendió, pues mi regreso debía ser en auto, pero no, me dijeron que como debía estar muy cansada, prefirieron regresarme en avioneta y que me esperaba en el aeropuerto otro socio de ellos para llevarme a la ciudad de destino. Sentí como que le estaban pagando a una mujer cualquiera después de prestar sus servicios sexuales, pues esperaba que me acompañaran de regreso, pero luego entendí que, con tanta farra y sin dormir lo necesario, ninguno estaba en capacidad de manejar durante tantas horas. En la avioneta abrí el sobre y me encontré con un cheque por siete mil quinientos dólares, y otro por ocho mil con un nombre del girador distinto al primero llamado Roberto X, pero sin firma, y una nota escrita a mano, que decía―El cheque de siete mil quinientos es por honorarios del trabajo según lo pactado, y el otro, si estás de acuerdo con la condición que te exponemos, lo haces firmar por nuestro socio Roberto X, que te recibirá en el aeropuerto, y que es un bono por los servicios prestados como "mujer de cada uno de nosotros” ―Por una vez me definieron como su objeto sexual―La firma de nuestro socio en el cheque, implica dos compromisos; el primero, que aceptas y que regresarás para otra aventura que planificaremos de tal manera que no levantes sospechas en tu marido; y el segundo, que se incluirá en ésta al socio que es la persona que te recibirá y te llevará a casa. Señal de que aceptas al nuevo participante de nuestras nuevas aventuras, será cuando le des un beso apasionado al despedirte―Sonreí y me puse a pensar que es así como las mujeres se adentran en el mundo del dinero fácil vendiendo sus cuerpos; pero como yo no he cobrado por aquello, no me considero una de ellas. Saludos, Caro.
Caro y el sexoCaro es una mujer dedicada a su esposo y a su hogar, cuando él está en casa. Es una reconocida profesional con un cargo importante donde trabaja y con una gran responsabilidad en su trabajo donde goza de gran confianza. Pero también es una mujer libidinosa, llena de morbo, un tanto exhibicionista, soñadora, que gusta mucho de bailar, y yo diría que hasta ninfómana. Su marido sospecha que tiene aventuras, como ella también sospecha que él las tiene, pero se respetan y tienen una premisa, que todo lo que hagan, lo hagan bien y siempre lo terminen. Poco a poco, cada vez hay más relatos porque poco a poco os vais animando a escribirlos y a enviarlos para compartirlos. A lo mejor, tienes cosas que contar y que te apetece compartir, pues este es el sitio. Si lo deseáis, puedes enviar tu relato a la dirección que figura en este enlace enviar relatos prohibidosY si lo que quieres es copiar algún relato y compartirlo en tu sitio, o en otro, no olvides copiar y pegar también el enlace de donde lo has obtenido. y el nombre del autor, no cuesta nada y es de justicia.Y si estás interesado en adquirir esta página, debes de saber que está en venta. Si tienes interés, puedes contactar con nosotros aquí. |
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