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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Regreso a casa con Roberto X
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Cuando salí del aeropuerto,  a eso de las dos de la tarde, vi un hombre de piel morena que me miraba mucho, era muy alto, fornido, elegante y muy apuesto, de casi 1,90 de estatura. Me llamó mucho la atención, pues me gustan los hombres grandes y fornidos, pero mi sorpresa llegó cuando se me acercó, y se identificó como Roberto y socio de Carlos. Le dije muy coqueta y sonriente― Soy Caro  ¿Me vas a llevar a casa?

En el camino, no paraba de mirarme mientras conversábamos, en especial las piernas porque andaba con minifalda al tiempo que me decía que las tenía bonitas. Era un carro muy grande, tan grande  que me sentía pequeñita en tan cómodo asiento. Tengo una fijación con los morenos grandes y fuertes desde que tuve por primera vez la aventura con el moreno de la televisión por cable en casa. Pero con este, que  a su lado, me sentía diminuta e indefensa con mis 1,62 de estatura y 50 kilogramos de peso, contra él de 1,90 y 90 kilos bien puestos. Para tentarlo más, después de su comentario sobre mis piernas, le pregunté que si le molestaría que me quitara los zapatos porque me dolían los pies― No, por supuesto que no, ponte lo más cómoda que  ―Me los saqué y subí los pies en el asiento mientras me daba masajes en las pantorrillas y pies. Él sin dejar de verme, comenzó a decirme que tenía bonitas piernas y lindos pies, bien pequeñitos, y que, en algún momento, le gustaría darme masajes en ellos. Ya estaba puesta la trampa, solo esperaba que su presa cayera en ella. Le seguí la corriente y le sonreí coquetamente diciéndole― Tal vez en otro momento si se da la oportunidad ―Con eso le hice saber que tal vez me gustaría caer en su trampa.

Cuando llegamos, me abrió la puerta y me ayudó a bajar, casi que me bajó en peso porque aquel carro era muy alto y casi no alcanzaba a tocar el estribo. Sentí sus manos fuertes como me agarraban de la cintura hasta que toqué piso. Se ofreció, y le acepté llevarme las maletas hasta adentro de la casa. Al entrar, se dio cuenta que solo había un carro en el garaje y preguntó si ese era el mío, a lo cual asentí― ¿Entonces tu marido no está? ―dijo― Creo que no ―le contesté de forma pícara― debe haber salido de cacería porque no veo su equipo de camuflaje que siempre deja   en ese estante.― ¿Y por qué no lo llamas?

― ¿Y para qué? ―le respondí.

― Bueno, para ver si te puedo dar unos masajes en tus lindas piernas.

― No te preocupes, ya me meto al jacuzzi con agua caliente y me relajo ―Pero eso me recordó sus manos fuertes cuando me tomó de la cintura, cosa que me hizo excitar nuevamente. Yo, que ya no resistía más mis deseos de tenerlo en ese momento para mí solita, cogí el teléfono delante de él y llamé a mi marido― o sea que vas a llegar tarde ―le dije― Bueno, yo ya estoy en casa conversando con uno de tus amigos que me trajo,  nos vemos en la noche ―y cerré.

Lo miré, y le dije nuevamente con picardía― Va a llegar tarde, todavía está de cacería y llegará en la noche ―al tiempo que le esbozaba una sonrisa coqueta.

Le pedí que se sentara y me esperara, pues es mi costumbre de hacerme enemas   casi todos los días cuando veo que hay posibilidades de tener sexo con alguien, y ese era uno de los que no dejaría pasar.    Me fui a sentar sobre un sofá muy grande en la sala, al tiempo que lo invitaba a que lo hiciera a mi lado― ¡Ven, siéntate y conversemos! ―subí mis pies y se sentó a mi lado.

― ¡Que linda casa tienes! ―me dijo.

― Gracias; es muy grande.

― ¿Y estás siempre sola?

― Siempre, a excepción de cuando está mi marido, jajaja.

Entonces el comenzó a tomar mis pies, los puso sobre sus piernas y comenzó a masajearlos. Cerré los ojos  y le dije casi susurrando ―Huuumm que rico se siente.

― Te gusta

― ¡Claro que sí!

― ¿Entonces sigo?

― Por supuesto que sí, ya comenzaste, ahora continúa y termina.

― ¿Te importa si me acuesto para relajarme más? ―pregunté.

― Claro que no, mejor así, te relajas y hasta te puedes quedar dormida, porque sé que se han amanecido dos noches seguidas y debes estar extenuada.

Sus manos iban masajeando cada vez más arriba― Relájate me dijo, suelta las piernas ―y así lo hice. Me cogió una de ellas y apoyó mi pie en su entrepierna. Más claro aún, la apoyó en su bulto. Al hacer eso, la otra pierna se abrió hacia un lado, se me subió la faldita y quedó expuesta mi vulva completamente depilada ante sus ojos, pero siguió masajeándome el muslo hasta casi llegar a topar mi sexo. Sus manos eran de experto, porque aparte de relajarme, me estaban excitando tanto que me alcé y apoyé mis brazos en el asiento del sofá por encima de mi cabeza entregándome solo a suspirar y gemir, despacito, de placer.

― ¿Siempre andas sin ropa interior? ―preguntó

― Sí ―le dije― y en casa siempre ando desnuda ―añadí con los ojos cerrados

― ¿Entonces, por qué no te quitas la faldita para poderte masajear bien la otra pierna? ―preguntó

― ¡Ay amor, sácamela tú! Si ya me tienes así, te he permitido que me tocaras y me des masajes, entonces continúa y haz lo que tienes que hacer y déjame disfrutar este masaje tan rico que me estás dando.

Trató de sacármela y tuve que levantar las nalgas apoyándome con los pies en sus piernas. Ya me tenía casi desnuda ante sus ojos, y ahora no atinaba si seguir masajeándome, o dedicarse a ver o tomar de lo que yo le tenía servido entre mis piernas.

― Perdóname ―me dijo― es que me desconcentro, no puedo parar al ver que tus labios vaginales tan rosaditos y medio abiertos estén mojaditos y casi chorreando.

― ¿Cómo no van a estar chorreando, si esos masajes que me das, me han puesto loca? ―le contesté― Continúa masajeando la otra pierna que falta, y tal vez luego, tengas tu recompensa.

Cuando sus masajes llegaron a mi entrepierna me comenzaron a hacer retorcer de placer haciendo que mis gemidos fueran cada vez más largos. Viendo eso no aguantó más y una de sus manos comenzó a recorrer mis tetas, apretando los pezones ya muy hinchados, mientras la otra se dedicaba a masajear, aplastar y jugar con sus dedos dentro mi vagina.  Estaba tan excitada que  comencé a temblar y a retorcerme, mientras mis gemidos aumentaban y terminaban en sonidos guturales.

Él se paró y comenzó a desnudarse, lo miré con ojos tiernos, me chupé el dedo medio en actitud muy insinuante, al tiempo que le pedía que me sacase la camiseta sin dejar de retorcerme y restregar mis piernas entre sí.

Cuando se acercó a sacármela, tomé su majestuoso pene, lo jalé y comencé a lamérselo y mamárselo mientras lo miraba a los ojo. Era tan grande que casi no me entraba en la boca. Se lo solté y le dije― Lo quiero dentro mío.

Me montó, me besó, me chupó las tetas al tiempo que yo le abrazaba el cuerpo con mis piernas en señal de que ya quería copular, le urgía que me penetrara porque estaba teniendo un orgasmo. Sin perder tiempo me cogió las piernas, se las puso sobre los hombros y me penetró de un solo empujón que me hizo gritar. El dolor y el ardor fueron muy intensos pero faltaba más, faltaba que entrara todo, y cuando comenzó a arremeter el dolor era muy intenso dentro de mis entrañas. Exagerando, tardaba tanto en meterlo y sacarlo, que aquella cosota debe haber medido por lo menos unos treinta centímetros. He visto películas porno donde unos morenos gigantescos tienen un pene descomunal, y siempre me había preguntado, qué se sentiría tener uno de ese tamaño dentro de una Pero las películas que más me excitaban y excitan aún en la actualidad, son en las que la mujer,  blanca y pequeñita y es ensartada por uno de esos negros. Ese era mi caso en ese momento, y era lo que me tenía extremadamente morbosa y excitada. Yo gemía y chillaba; y se me vinieron varios orgasmos en cascada que él disfrutaba cuando entre sus brazos yo resoplaba y temblaba convulsionando de placer.

― Me has hecho acabar ―me dijo.

― Pero yo no aún no he acabo contigo ―le dije. Lo tomé de la mano, lo llevé al baño y nos duchamos; luego lo llevé a mi alcoba, lo acosté, me encaramé sobre su cara poniendo mi vagina en su boca, mientras me dediqué a revivir el hermoso pene que no cabía en mi boca, y que, ni con las dos manos lo recorría todo. Aquel pene que me había hecho gritar como desquiciada minutos antes.  Cuando logré revivirlo, y lubricados los dos, lo monté y me puse a cabalgarlo de arriba abajo cuan largo era, hasta que comencé a gemir y a convulsionar nuevamente y tener otro orgasmo. Caí extenuada sobre su pecho mientras jadeaba― ¿Te hice acabar? ―le pregunté y me dijo que no. Entonces se encendieron todas mis alarmas― ¿En serio?

― Tranquila ―contestó― Hay algo que me gustaría y es hacértelo en tu culito  ¿Me dejarías? ― Es que no sé, lo tienes muy, muy grueso y largo.

― No te preocupes, te gustará; si tu vagina ya lo aceptó, tu culito también lo aceptará.

Mientras hablábamos de eso, mi mente ya revoloteaba viéndome ensartada en aquel tremendo falo entrando y saliendo, abriéndose paso en mis entrañas, cosa que me volvió a excitar nuevamente haciéndome tomar el ritmo con mis nalgas de sube y baja como esperando a que comience de nuevo la cópula.

Acostada sobre él y haciendo el movimiento de sube y baja con mis caderas y nalgas, notaba como su pene latía entre mis piernas. Me volví para chupárselo, lamerlo nuevamente y volverlo a cabalgar para ver si lo hacía acabar, pero no, eso lo excitó más aún, que me hizo a un lado, me acostó boca abajo, me levantó ambas manos de mis nalgas y las acomodó para que recibiera a su enorme miembro. Y le pedí con voz de engreída que lo metiera despacito.

― Tranquila ―me dijo―primero lo voy a relajar. Enjugó uno de sus dedos en mi vagina y lo metió en el orificio trasero, jugó con el adentro en forma circular como para ir abriéndolo, luego metió otro dedo, que ya se lo sentía como si fuera un pene normal, luego un tercer dedo que me sacó ayes y gemidos porque no entraban todos, luego, con dos dedos dentro de mi culo, me penetró vaginalmente con su pene, arremetiendo con tal fuerza que un poco más, me manda a estrellar contra la otra pared, a la vez que sus dos dedos trataban de levantarme como si fueran dos ganchos tratando de colgarme del culo. Su trabajo dio resultado porque logró distenderme el esfínter anal. A su vez, lubricó muy bien su pene, me abrió las nalgas y sin necesidad de coger su pene por lo tieso que estaba, lo encajó en mi orificio anal y comenzó a empujar. Agarrada de las sábanas y mordiendo la almohada, notaba clarito como me iba penetrando milímetro a milímetro la cabezota. Poco a poco logró entrar la cabeza, pero faltaba lo peor, la parte más gruesa.

Con movimientos rítmicos, sacando y metiendo la cabeza para que me fuera abriendo cada vez más, me fue penetrando el cuerpo, mientras sin dejar de chillar del dolor gruesos lagrimones recorrían mis mejillas. Me acarició la espalda y las nalgas al tiempo que me preguntaba si quería que parase. Le dije que― No, no,  aunque te parezca raro, el morbo que tengo porque mi culo se tragara todo tu pene, hace que el dolor sea placentero. Así que dale nomás. Y si grito, no prestes atención, solo dale, y cuando lo tengas casi todo adentro, no pares por favor.

Sus arremetidas fueron cada vez más enérgicas, así como mis gritos de dolor. Yo notaba que se desgarraban mis entrañas, pero no me importaba, lo quería todo adentro, y esa sería mi recompensa al final, graduarme de puta, a pesar de que ya me había graduado de eso con sus amigos en el yate. Quedarme ensartada a tremendo pene, sería mi premio. En una de esas, como notaba que mi orificio ardía como si estuviera desgarrado, pero que el dolor era el mismo sin subir de intensidad, le pedí que me lo encajara de una vez por todas. Preparándome para aquello me tomó de ambas nalgas, las abrió, sacó y retrocedió parte de su pene y luego arremetió con fuerza. Mi grito llegó a la luna, mi cuerpito no pudo ni siquiera despegar porque me tenía agarrada de las nalgas, pero me revolqué hasta que se me pasó aquel intenso dolor dentro de mi vientre. Tuve que quedarme así, clavada y sin movernos por algunos minutos hasta que desapareciera. Luego el oír su cuerpo chocar con mis nalgas, me transportó a un inenarrable mundo de placer.

La cópula continuó por algunos minutos, hasta que ayudado por mis movimientos de caderas lo hice eyacular dentro de mí. Me quedé muerta y me dejé caer de lado mientras de mi orificio  chorreaba semen que corría por mis nalgas. Él se fue a asear y cuando regresó  me dijo que se tenía que ir. Se vistió y antes de irse, me dijo que mientras fui al baño cuando llegamos, él había firmado el cheque, que todo era una broma y que eso no me comprometía a nada,  que yo solo lo tenía que cobrar o depositar, y que por las tantas atenciones para con él, daba por entendido que yo lo aceptaba para el siguiente viaje. Le pregunté si no le iba a importar que sus amigos también me poseyeran delante de él, y me dijo que no porque mi cuerpo estaba hecho para él, y ya tenía su marca, al tiempo que me señalaba con su dedo un chupetón en una de mis tetas, y otro en una de mis nalgas― Ahora te acordarás de mí, hasta cuando estés con tu marido, porque encontrarás la forma de que no te los vea ―dijo sonriendo.

Lo acompañé desnuda hasta la puerta, nos dimos un largo beso, y me dio las gracias por tan ricos momentos.

Corrí a sacar el cubre cama, todas las sábanas y toallas para ponerlas a lavar, dejar todo en orden, y ventilar y echar desodorante ambiental como si nada hubiera pasado.

Cuando llegó mi marido y preguntó sobre mi viaje, le contesté como enojada diciéndole― Todo bien, lástima que no fuiste ―Entonces me sale diciendo― Tranquila, estamos planeando un viaje con unos extranjeros a la sierra, dos van a venir con sus esposas y los otros dos son solteros; pero ya lo planificaremos y te aviso para que te prepares.

¡Uyyy! Mis ojitos volvieron a brillar de excitación ¿Viaje,   extranjeros,   solteros, me avisas para prepararme? Si tú sabes que en la sierra me suele doler la cabeza.

Saludos, Caro.

 

 

Caro y el sexo

Caro es una mujer dedicada a su esposo y a su hogar, cuando él está en casa. Es una reconocida profesional con un cargo importante donde trabaja y con una gran responsabilidad en su trabajo donde goza de gran confianza. Pero también  es una  mujer libidinosa, llena de morbo, un tanto exhibicionista, soñadora, que gusta mucho de bailar, y yo diría que hasta ninfómana. Su marido sospecha que tiene aventuras, como ella también sospecha que él las tiene, pero se respetan y tienen una premisa, que todo lo que hagan, lo hagan bien y siempre lo terminen.

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