La Página de Bedri
Relatos prohibidos Primer orgasmo
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Todavía hoy recuerdo mi primer orgasmo. A veces cuando estoy cachonda, y entonces me pongo más, pero otras veces porque surge cualquier pequeña cosa, un encuentro en algún lugar público, o una película, una canción, una situación, cualquier cosa puede hacerme rememorarlo. Y ponerme muy caliente. Quiero aclarar que fue algo que hice sola, no necesité nada ni nadie y fue una paja salvaje. Sudé como pocas veces antes de aquello. Estuve muy perra. De aquella, era una chica joven e inexperta, con ansias por vivir y disfrutar de la vida. El sexo me interesaba aunque por mi juventud y falta de referencias no tenía conocimientos de prácticamente nada de eso. Sabía de mi anatomía, de mi rajita peludita, de mis tetitas que eran pequeñas y como un par de limones puestos en mi pecho. Pero nada más. No tenía ni idea de que era el placer sexual, como masturbarme y por supuesto que era un orgasmo, hasta ese día. O mejor, aquella mañana tan especial. Había hablado varias veces con algunas amigas de masturbación pero nada más. También me había tocado varias veces pero sin efectos prácticos. Acababa con una fuerte congestión en la entrepierna, y las manos oliéndome a coño. Es cierto que experimentaba un cierto gustirrinín pero poco más. No llegaba a correrme pero si me mojaba y mi mano se llenaba de una sustancias blanca, pegajosa y con un olor muy fuerte. Me había tocado en la cama sobre todo, pero también en el baño mientas me duchaba, pero con los mismos resultados. Básicamente me frotaba el pubis y me tocaba los labios vaginales con la yema de los dedos, pero siempre muy suavecito y por el exterior. Lo único que lograba claramente, era arrancarme los pelos del pubis, muy finos y claros. Tengo vello relativamente abundante pero es muy fino y clarito, es de una mezcla de colores, rubito, menos rubito, castaño y algunos rizos con reflejos pelirrojos. Y cómo soy de piel muy muy blanca, mi matojo del coño apenas destaca. Y sí, he llegado a teñírmelo de oscuro por algo muy especial, para un amigo muy jovencito. Aquella tarde me había quedado sola en casa, tenía algo de fiebre y decidimos que no iría a la playa con mis padres y mi hermana. Me quede en casa, en el sofá del salón, convenientemente pertrechada y dispuesta a pasar una calurosa tarde de sofá y televisión. Apenas comí, porque no tenía casi hambre, solo tenía sed y no tardé en beberme las dos botellas de zumos que había en la nevera. Tanta y tan rápida ingesta de líquido me generó muchas ganas de orinar. En una de las veces que fui a hacer pis, me sequé el chochete con el papel higiénico y sentí como un calambrito. Ya los había notado otras veces, pero no les había dado importancia. Pero esta vez sería diferente. Hacía mucho calor y lo que ponían en la televisión era muy aburrido, así que me dormí. Al rato desperté muy confundida, estaba empapada en sudor y el camisón se me pegaba al cuerpo. Tenía una mano entre las piernas y me sobaba suavemente el coñito. Y otra vez volví a notar aquellos calambritos. Mientras tanto, en la televisión, retrasmitían la misa en directo desde una sagradísima iglesia, y oficiada por un conocido arzobispo muy opuesto al disfrute sexual, especialmente de las mujeres. No quise más. Moví la mano con más intensidad y alcancé el clítoris. Ese botoncito que es capaz de desencadenar auténticas cascadas de placer. Al menos a mí me los produce. Comencé a frotármelo con el dedo medio y cada vez con más fuerza y velocidad. Y cada vez, los calambritos se fueron volviendo más intensos y más duraderos. Notaba el camisón pegado al cuerpo y me sentía muy cachonda. Notaba también que mis dedos se iban cubriendo de aquella sustancia pegajosa que parecía proceder de una fuente, totalmente desconocida para mí. Confieso que fue un despiste, que no sabía cómo hacerlo, un error de principiante, pero el dedo se abrió paso sin resistencia en mi vagina provocando que abriera la boca en un gemido sordo. No emití ningún sonido pero me pareció maravilloso. Y en el mismo instante que el arzobispo levantaba la ostia en la consagración, me comenzó una serie de sensaciones, para mi novedosas, pero extraordinariamente placenteras. Me corrí, me corrí y me corrí. Y lo seguí haciendo hasta que se acabó la misa. La frase “Podéis ir en paz”, seguida de la respuesta “Y con tu espíritu” coincidió con mi último suspiro obra del último latigazo de aquel intenso orgasmo primerizo. Me quedé un rato acostada intentando reaccionar, todavía confundida pero enormemente satisfecha. Cuando me levanté, fui al baño a asearme y me vi en el espejo. La tela del camisón, completamente empapada por el sudor, se me pegaba a la piel destacando mis areolas y los duros pezones de mis todavía pechitos en pleno desarrollo. Me quité el camisón y las bragas y me quedé desnuda. El resto del día, hasta que oí a mis padres regresar, lo pasé desnuda, tocándome constantemente y corriéndome una vez tras otra. Tuve muchos y muy buenos orgasmos en cada lugar de casa. Me corrí en el baño, en el salón, en cada una de las habitaciones, en la cocina, en el pasillo, y hasta en el recibidor, que ese parece ser un sitio en el que me gusta correrme. Puede que cada uno de ellos fuera mejor que el anterior pero como el primero no hubo ninguno. Aunque si hubo una paja, y el consiguiente orgasmo, que me sigue produciendo mucho, mucho morbo. Fue en la habitación de mi hermana, acostada sobre su cama, ante el póster de un cantante, entonces de moda y que estaba buenísimo, mirándonos a los ojos. De haber estado en persona ante mí, no me hubiera pajeado, me lo hubiera follado después de habérmelo comido a besos. Luego, con los años, me lo encontré y me alegré de no haberlo hecho. Aquel no fue el único día que me masturbé, lo hice más veces, a diario las dos o tres semanas siguientes y me lo pasé muy bien. Fueron experiencias tan gratificantes como sudorosas. Luego hubo otras experiencias similares, pero ya no era yo sola, había un novio, un amigo, un conocido, un compañero de clase, un ligue, un hijo de un vecino, o simplemente, uno que pasaba por allí. También fueron muy buenas experiencias, también muy gratificantes y sudorosas pero bastante menos trabajosas. Era otra mano la que se encargaba de hacer que me corriera. Pero aunque fuera otra mano, acababa igualmente mojada y oliendo de la misma manera y a lo mismo que mi mano aquel día.
Primeras vecesPaula, tiene treinta y algo años, y una bonita figura, bonitas tetas en su sitio, buena cintura y culito espectacular, y además, le encanta el sexo. Le gusta follar y estos son los relatos de sus primeras veces teniendo sexo. Poco a poco, cada vez hay más relatos porque poco a poco os vais animando a escribirlos y a enviarlos para compartirlos. A lo mejor, tienes cosas que contar y que te apetece compartir, pues este es el sitio. Si lo deseáis, puedes enviar tu relato a la dirección que figura en este enlace enviar relatos prohibidosY si lo que quieres es copiar algún relato y compartirlo en tu sitio, o en otro, no olvides copiar y pegar también el enlace de donde lo has obtenido. y el nombre del autor, no cuesta nada y es de justicia.Y si estás interesado en adquirir esta página, debes de saber que está en venta. Si tienes interés, puedes contactar con nosotros aquí. |
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