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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Primer novio
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Aquella solitaria tarde tan gratificante provocó una cascada de situaciones, todas inéditas para mí. Durante las tres semanas siguientes, en cuanto llegaba a casa, me encerraba en mi cuarto y me pajeaba hasta que me dolía el coño. Me metía de todo lo metible que encontré por casa, desde las clásicas y evidentes hortalizas hasta gruesos rotuladores, mangos de cepillos y cuellos de botellas.

Una anécdota, una tarde me había estado pajeando con un pepino que mi madre había comprado para hacer una ensalada para la cena. Lo devolví a su sitio tan discretamente cómo lo había cogido, cuidadosamente lavado. Pero el tiquismiquis de mi hermano, el muy imbécil, protestó en la cena diciendo que el pepino le sabía raro. Mi padre, sin tener ni idea de nada le dijo― Come y calla que nunca habrás podido probar algo tan bueno y tan rico― ¡Y era cierto!

Tanto trabajo manual llegó a convertirme en una experta en mi propio coño. Llegué a identificar diversas maneras para auto complacerme, o pecar contra la pureza que decía el cura que daba clase de religión en el colegio de monjas donde me habían llevado mis padres. Una de las cosas que recomiendo, es templar previamente las hortalizas, no utilizarlas directamente del refrigerador. Es una sensación horrible meterse cosas frías por el chochete. Es mejor algo suave, calentito y que no tengas que mover con la mano. Ya os podéis imaginas que quiero decir.

Y se acabó el verano y las vacaciones, y empezaron las clases. Una tarde, al salir de clase con mi mejor amiga, mientras regresábamos a casa, nos encontramos con dos alumnos del colegio de frailes de al lado del nuestro. Dos jovencitos con aires de grandeza que, como eran guapos, se creían los reyes del mambo. Y no eran para tanto. Mi amiga y yo, riéndonos como las tontas adolescentes que éramos, les acompañamos a casa de uno de ellos, que estaba solo. En el salón, bajaron las persianas y cerraron las cortinas dejando solo unas rendijitas para no rompernos la crisma entre tantos objetos de mal gusto colocados en los sitios más insospechados. Al lado de la puerta del salón, había un jarrón enorme y horroroso, de auténtica porcelana china, y me lo llevé por delante cuando me iba, pero gracias a un padre previsor que le había puesto arena en el fondo, no se fue al suelo.

Aquella tarde fue la primera vez que un chico me tocó las tetas. Antes me las había tocado mi amiga, y yo a ella, pero solo para comparárnoslas. Siempre me habían gustado mucho más las suyas, hasta que las mías empezaron a darme grandes satisfacciones. La verdad es que fue la novedad, pero solo la novedad. Para hacerme solo aquello no necesitaban haber oscurecido tanto el salón. Estaba tan oscuro que pensé que a mi amiga la estaban follando y tenía un orgasmo, de tanto como suspiraba y como jadeaba el chico.

Cuando llegamos a la calle, mi amiga parecía estar emocionadísima pero se le bajó el vacilón cuando le dije que no había sido para tanto y le pregunté qué le había hecho su chico. Cuando me dijo― Me ha acariciado muy rico las tetas ¿Y a ti el tuyo?

― Me ha pasado las manos por encima del jersey.

― ¿Y no te ha gustado? ¡Mira que eres rara!

― Pues seré rara, pero me gustaba más cuando me las tocabas tú.

Mi amiga se ruborizó en todos los tonos del rojo incluso llegó al morado antes de decirme― ¿No serás…?

― No tranquila, me gustan los chicos y tú eres mi mejor amiga.

Luego, cuando llegamos ante su casa, ella vivía más lejos del colegio que yo, pero habíamos dado un rodeo para ir con los chicos, me hizo entrar en el portal, y de repente, se lanzó sobre mí, me estrechó muy fuerte entre sus brazos y me besó en la boca. Era mi primer beso de boca con lengua. Y se lo devolví y cruzamos las lenguas antes de separarnos sonriendo como tontas.

― ¡Menos mal que tenías miedo a que me gustasen las chicas! ―le dije, la verdad que bastante sorprendida y algo cachonda.

No me respondió y subió corriendo las escaleras. Yo pensé que aquello era una tontería porque tenía un hermoso ascensor, con un asiento y todo.

Al día siguiente, al salir de clase hablamos de lo que había sucedido. Ella me confesó que lo del beso había sido un impulso inexplicable y yo le respondí que para mí también lo había sido― Pero me gustó ―añadí. Ella volvió a enrojecer, bajo la cabeza y mirando al suelo confesó―Me masturbé por la noche.

Le pasé el brazo por encima del hombro y le pregunté― ¿Cuántas veces?

― Una sola― Dijo mirándome entre avergonzada y sorprendida.

― Yo tres ―le aclaré levantando la cara en gesto de triunfo. Y como las dos adolescentes que éramos, estallamos en una risa tonta que parecía no tener fin.

Confieso que aquel beso me puso cachonda pero aquella fue la única vez que me excité con una mujer. Fuimos muy buenas amigas hasta que tuve un “incidente” con su novio de aquel momento, uno de esos incidentes que suelo provocar. Estuvimos un tiempo sin hablarnos y siendo enemigas casi mortales, hasta que un día, frente a frente, en el baño de un bar, y sin testigos, nos abrazamos con toda la fuerza del mundo y nos besamos en la boca, con toda la pasión de dos mujeres apasionadas y muy amigas. Si yo no hubiera sido heterosexual, esa sería la persona que hubiera querido en mi vida. Desde entonces, nunca me he entrometido entre mis amigas y sus parejas.

Con ella sigo besándome y toqueteándonos tetas y culo. A veces me depila en monte de venus, y aledaños, y nos hacemos confidencias. Le cuento todo menos algunas cosas, de hecho, sabe más de mis cositas sexuales que mi marido. A veces me dice que soy muy exagerada y que confundo la realidad con mis fantasías. Nos utilizamos mutuamente de excusa para salir con nuestros novietes del momento. Le he tomado alguna foto para sus perfiles en redes sociales, yo soy más de la acción directa, prefiero ligar en persona. Si tengo que irme de frente por un tío que me mole, voy y si se lo tengo que decir con todas as letras también. A más de uno le dije eso de ¡Fóllame, tonto!

Ella también está casada y su marido y el nuestro se conocen y no sospechan nada. Sé, que su marido quiere follarme, me lo ha insinuado él mismo varias veces y ella también ha dejado caer algo. Pero es mi mejor amiga y no me apetece perder su amistad por un tío. Tengo pollas suficientes donde elegir.

También mi marido quiere follársela, lo sé, porque me lo ha dicho él mismo. Le he dicho que cuando quiera, si es que puede, que tampoco lo voy a desilusionar porque sé que ella tiene los mismos reparos que yo, aunque también le tiene ganas. Además, mientras la intenta conquistar para follar, tengo más tiempo para mis cosas. Mis cosas sexuales.

Después de aquella tarde con aquellos dos tontos presuntuosos, hubo más encuentros, siempre nosotras dos y otros dos chicos, casi al zar. Las dos buscábamos novio, que además de tener que gustarle a cada una, le tenía que gustar a la amiga. Y ser amigos ellos para facilitar los encuentros, nunca iba a ir una sola, al encuentro de un chico.

Poco apoco fuimos afinando nuestras búsquedas. Y al fin lo logramos. Dos chicos con los que no besábamos con lengua y hacíamos manitas. El mío era particularmente atrevido y en cuanto podía, me metía una mano debajo de la falda de cuadros del uniforme. Tengo que decir que era ambidiestro, algo que a él le venía muy bien y a mí me desconcertaba porque no sabía que mano iba a utilizar. Pero me lo pasé muy bien con aquel chico. Hasta navidades que conocía a otro. Y ese es al que considero mi primer novio. Y eso es así, porque fue el primer en conseguir que me corriera y que él se corriera conmigo. Y con el que descubrí algunas cosas.

Evidentemente no hubo penetración ni nada por el estilo, ni siquiera la puntita de cualquiera de sus meñiques. Pero me corrí estrepitosamente, tanto que nos asustamos. Nos habíamos ido a una cabaña cercana, de sus padres y después de besarnos como los dos adolescentes cachondos que éramos, no fuimos desnudando, quise hacerlo despacito pero al final fue demasiado apresurado y nuestra ropa acabó desperdigada por el suelo. Luego hubo problemas para encontrar alguna prenda. Completamente desnudos y de pie, uno frente a otro, nos abrazamos y nos besamos. Mis manos fueron a su espalda para apretarlo contra mí y las suyas a mi culo, para apretarme contra él.

Comenzó a besarme el cuello, los hombros y fue bajando mientras yo ya empezaba a experimentar la electrizante sensación de aquella tarde de verano. Y ya cuando bajó a chuparme los pezones fue como una descarga de fuegos artificiales. Como tuvo que separarse un poco, mi mano derecha buscó, de forma totalmente natural, la polla del chico. Me sorprendió encontrarme con algo tan duro pero a la vez tan suave y cálido. Se la cogí con firmeza pero al mismo tiempo con suavidad y empecé a hacer lo que había oído a mis amigas. Cierto es que él, de más edad y experiencia, toda la que puede dar añito y medio más que yo, fue enseñándome, aconsejándome y dirigiéndome en mi primera paja a un chico. Las que me hacía a mí misma estaban plenamente ensayadas y perfeccionadas día a día. Pero ninguna fue como esta.

Su mano hizo lo mismo, busco su destino natural que era mi entrepierna. En cuanto me rozo los labios de la vulva, una serie de corrientes eléctricas comenzaron a recorrerme el cuerpo. Cuando alcanzó mi clítoris, mi dulce y satisfactorio clítoris, ya supe que aquella iba a ser mi tarde. Un dedo, accidentalmente o no, se abrió paso entre los labios de mi chochete y me rozó, solo me rozó el interior de la parte más exterior de la vagina. Y de repente, algo estalló y comencé a gemir, a hipar, a jadear, a llorar, a ronronear como la niña del exorcista en un alarde sonoro, de retorcerme la cadera. Me corrí llenándole la palma de la mano con mi sustancia blanca, pegajosa y con un olor tan fuerte y tuve miedo que le resultara desagradable.

Quizás fue que mi erupción casi volcánica lo hubiera desconcentrado, pero él también se corrió gritando― ¡Joder, Joder, Joder! ―y poniéndose rígido pero si sacar la mano de mi entrepierna. Mi mano se llenó de su semen, fue mi primer semen, una sustancia blanca, pegajosa y con un olor muy fuerte que me resultaba vagamente familiar. Unas semanas lo relacioné cuando entré sin llamar en la habitación de mi hermano, que me había cogido un libro y lo encontré sobre la cama cubierto con una manta con un brazo dentro mientras miraba algo en una revista. Recuperé mi propiedad y me fui enfadada. Fue en el pasillo, nada más cerrar la puerta, cuando relacioné el olor del semen de mi novio con el que en aquel momento, y en otros anteriores, había en la habitación de mi hermano. Supe la causa y si bien me sorprendió que el imbécil de mi hermano se pajeara, comprendí, en mi raciocinio de adolescente engreída, que era el único sexo que podría tener.

Después de aquella tarde me envicié, nos enviciamos, nos íbamos todas las tardes a la cabaña a pajearnos como conejos. También le di besitos en la punta del pene, y también toquecitos con la punta de la lengua. Pero sobre todo, aquel novio tan experimentado, dado mi nivel, me enseño un montón de cosas de cómo masturbar a un chico. Pero yo también hice lo reciproco, enseñarle a masturbarme. Tuve orgasmos muy ricos con él. Fueron muy pocos días pero muy fructíferos, los aproveché muy bien y cuando finalizaron las vacaciones se acabó aquel novio pero no desaproveché los conocimientos adquiridos y seguí pajeando a otros que también me pajeaban a mí.

Pero a ese chico, hoy un señor respetable, felizmente casado y con hijos, es a quien considero como mi primer novio. Me costó pero acabé follándomelo, y nos lo pasamos muy bien. Le chupé la polla y me corrí como una posesa mientas lo cabalgaba.

Paula

 

 

Primeras veces

Paula, tiene treinta y algo años, y una bonita figura, bonitas tetas en su sitio, buena cintura y culito espectacular, y además, le encanta el sexo. Le gusta follar y estos son los relatos de  sus primeras veces teniendo sexo.

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