La Página de Bedri
Relatos prohibidos Desvirgada
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Después de mis primeras experiencias de autosatisfacción sexual, y las que siguieron en pareja, me apetecía “ir más allá”. Además, mis amigas comentaban entre cuchicheos las cosas que les pasaban con sus novios. Algunas hablaban de un extraordinario placer, otras de no tanto. Incluso alguna que no había sentido nada. Pero una cosa que mencionaban todas era el dolor que les había causado aquella primera vez. Eso me asustaba pero no lo suficiente para que quisiera ser “una mujer de verdad” y echar un polvo de verdad, follarme a un tío y disfrutar con todas las consecuencias. Como ninguno de mis novios, más o menos duraderos, me parecían los más adecuados para que fuera el primero con quien copulara. Vamos, el que me desvirgara. No estaba enamorada, me gustaban, me hacían reír y sentir a gusto, pero ninguno de ellos me parecía que tuviera el suficiente conocimiento y sobre todo experiencia para que mi primer coito fuera satisfactoria. Había oído a mis amigas hablar de la torpeza de sus desvirgadores o folladores, que alguna era muy folladora, al menos eso era lo que decía. Luego las superé claramente pero no tengo la completa seguridad de que pudiera ser a todas. Ese miedo al dolor y a la inexperiencia de “él” era lo que me motivó a una búsqueda, a veces casi obscena, de una pareja de coito. Bueno, casi mejor de polvo aunque esta última palabra suena más obscena, la otra tiene una connotación más erotizante e incluso lasciva. Utilizar las palabras coito y cópula, suena más intenso que decir polvo que es como más ordinario. Es como decir follar comparándolo con “hacer el amor”. Mi primer candidato fue un breve novio que conocí durante unas vacaciones de Navidad, y al que considero mi primer novio. Pero no fue posible, solo coincidíamos en navidades y no quería esperar tanto. Me costó pero un verano acabé follándomelo, y nos lo pasamos muy bien. Le chupé la polla y me corrí como una posesa mientas lo cabalgaba en medio del campo en plena noche. Un día me armé de valor y se lo dije a mi mejor amiga, con la que iba de caza a la búsqueda de chicos para disfrutar del sexo. Una tarde al salir de clase, delante de mi portal, le dije― Quiero hacer el amor. Su cara fue todo un poema, se puso de todos los colores mientras contraía todos los músculos y pestañeaban sincopadamente y boqueaba sin emitir sonido alguno― ¿Conmigo? ―dijo con un susurro que parecía cómplice. ― Nooo… ―dije sorprendida, aunque por mi mente cruzó como un relámpago, la agradable idea de disfrutar sexualmente de mi cuerpo con ella― Quiero estar con un chico que no se limite a meterme un poco un dedo y a chuparme las tetas. Quiero hacer el amor de verdad. ― ¿Eres virgen? ― ¡Completamente! ―respondí decidida pero con una sombra de duda. Nunca había tenido dentro la polla de un chico pero me había metido cosas. Como aquel famoso pepino. Hice varios intentos y como mi amiga dijo que ella lo que quería era llegar virgen al matrimonio, lo hice sola. Ella me ayudaba en la selección, y en la coartada, pero el remate era cosa mía. Ninguno me satisfizo y al final, acabábamos pajeándonos. Como adolescente salida que era, me sentía una fracasada, casi todas mis amigas, excepto la mejor, contaban que habían follado con un chico. Por eso lo intenté con cierto ahínco. Probé con uno de los malotes del barrio y con otros similares del pueblo, pero todos eran unos solemnes gilipollas que solo tenía fuerza en la boca, pero no la suficiente como para comerme el coño. Había considerado aquellas vacaciones en el pueblo como la gran oportunidad para dejar de ser virgen, o mucho mejor, para echar mi primer polvo. Aquellas dos semanas se me abrían plenas de posibilidades, con un montón, o no tanto, de chicos de mi edad, o un poco mayores. Incluso hice una lista con sus nombres o apodos, ordenándola por orden de preferencia. Fue una semana perdida. A lo que llegué fue a irme, una tarde, a una cabaña en un campo con un chico, nos besamos, nos desnudamos, nos besamos, nos acostamos sobre unos sacos de grano, nos besamos, nos metimos mano, nos besamos, me abrí de piernas, nos besamos, le miré y le dije― ¿Lo hacemos? ― ¿Hacer el qué? ―preguntó el muy panoli mientras me buscaba la boca. ― ¡Follar, coño! Creo que se asustó, porque solo acertó a balbucear algo que no pude comprender. Así que le pregunté― ¿Quieres o no? A continuación ya no pude entender nada más, dijo que si y que no, con la cabeza, al mismo tiempo y siseó algo. Creo que dijo que sí. Yo estaba cachondísima y deseando que me metiera la polla hasta el fondo. Quería follar por primera vez y dejar de ser virgen. Además, tenía el aliciente añadido de que para él también era su primera vez. Ilusa de mí. Se puso entre mis piernas, se cogió la polla, la apoyó entre los labios de mi coño, yo abrí las piernas todo lo que pude, empujó un poco, y se corrió. Noté algo cálido corriendo por un muslo y el olor, ese inconfundible olor a semen humano… el muy imbécil se había corrido antes de metérmela, antes de follarme. Me dejó los muslos cubiertos de semen y farfulló no sé qué y yo, indignadísima pero sobre todo salidísima, me levanté, recogí mi ropa, la sujete entre los brazos y salí desnuda de la cabaña. Estaba tan cabreada que comencé a caminar dignísima sin ni siquiera mirar atrás mientras gruesos lagrimones me corrían por las mejillas. Hasta que comencé a correr hacia una zona de árboles que tenía a unos pocos metros y dónde, ¡por fin! había razonado vestirme. Entré a la carrera pese a ir descalza, y tras atravesar la segunda línea de árboles, vi unos matorrales bastante densos y me dirigí hacia ellos. Nada más girar para meterme detrás de los arbustos, alguien me sujetó entre sus brazos― ¿Estás bien? ―preguntó― ¿Qué te ha pasado? Era Juan, un hombre del pueblo, no diría que un chico porque me doblaba en edad. Pero era guapo, educado, amable y divertido. Debía estar trabajando en el campo y posiblemente me había visto corriendo desnuda y vino en mi ayuda mí, pensando en que me había pasado algo malo. No pude decirle nada porque un sollozo me dejó sin habla. Hipé un par de veces, antes de pasarme una mano por la cara para quitarme las lágrimas y decirle― Nada, no ha pasado nada. En ese momento, mi pretendido desvirgador se comenzó a acercar por el camino gritando mi nombre. Me escondí y Juan salió de entre los arbustos para ver quién era― ¿Ha sido ese? ―me preguntó en voz baja. ― ¡Sí! ―afirme―Pero déjale, no ha pasado nada―añadí con un suspiro. Mi pretendido “rescatador” me miró con extrañeza y al verme encogerme de hombros mientras abrazaba mi ropa empezó por una leve sonrisa que acabó por convertirse casi en risa. Se volvió hacia el eyaculador veloz y le gritó― ¡Fuera de aquí! No quiero verte más ¡y calladito!, que nadie se entere de lo que has hecho, o sabrás de que soy capaz. ― Pero si no ha pasado nada ―dijo como disculpa el rapidillo que salió corriendo en dirección contraria, perdiendo uno de sus caros zapatos deportivos. Lo volvió a recoger y continuó la huida saltando sobre un solo pie mientras intentaba calzarse. Cuando lo logró, volvió a caerse y mi “rescatador” y yo nos reímos con ganas. ― ¿Estabais…? ― ¡Sí! ―dije haciendo un pucherito mientras me secaba las lágrimas― pero no pasó lo que tenía que pasar. ― ¿Qué tenía que haber pasado? ―pregunto sonriendo ampliamente. ― Que ya no tendría que seguir siendo virgen ―confesé abiertamente y toda compungida. ― ¿Y qué pasó? Mi respuesta fue de lo más simple, me aparté la ropa y le mostré los chorretones de semen que resbalaban por mis muslos. Tampoco me importó que me viera el coñito desnudo. ― ¡Vaya! Parece que tenía prisa― Sacó un pañuelo de tela del bolsillo y me lo alargó al tiempo que decía― Mejor te limpias eso. Dejé la ropa en el suelo y comencé a limpiarme. Se puso de lado, sin mirarme mucho aunque no hiciera falta, ya me había visto desnuda pero no me avergonzaba. Yo estaba mucho más salida que antes y pude ver como en su bragueta comenzaba a formase un bulto. Era evidente que estaba comenzando a tener una erección y eso solo podía significar que yo le estaba poniendo cachondo. ― Antes llamaba a Paula ¿es tu nombre? ― Sí, me llamo Paula ―y le dije quiénes eran mi padre y mis tíos. ― ¿Eres Paulita? ―Preguntó con aire sorprendido mientras con la mano extendida con la palma hacia abajo indicaba lo que sería la altura de una niña pequeña― Has cambiado mucho. ― Bueno, he crecido. ― ¡Y tanto! Estás irreconocible ―En ese momento me miró y me preguntó la edad. Cuando se la dije pareció contrariado― ¡Vaya! ―exclamó con decepción. ― ¿Qué es lo que pasa? ―le pregunté. ― Pensé que tendrías más edad. ― Bueno, ya no soy una niña, tengo 16 años. ― Ya te veo pero te doblo en edad. ― ¿Y eso que tiene que ver? ―protesté ― Conozco a toda tu familia y además, eres muy niña ―respondió como excusándose. ― No se lo diré a nadie, por ¡por favor! Quiero dejar de ser virgen y tú tienes todo lo que se necesita. Me miró con mezcla de extrañeza, expectación e interés― ¿Qué quieres decir? ― Tienes la experiencia necesaria para desvirgarme, y además, para que los dos lo pasemos bien. No soy tan niña, ya soy toda una mujer. Sé que me deseas…―me detuve al verle negar con un gesto― ¡Si, me deseas! Solo hay que verte el bulto de los pantalones. Se lo miro, me miró, y lentamente, como si pensara cada palabra que iba a pronunciar dijo― De acuerdo, pero solo esta vez ¡Y nadie tiene que saberlo! Comencé a reír de alegría y a palmotear como una niñita y luego, a saltitos, me acerqué a él, le abracé y le di un beso en la boca, que no se esperaba. ― ¡Venga! ¡Vístete que nos vamos! Pero compórtate como una mujer, ya no eres una niñita. Aquellas últimas palabras me agradaron inmensamente y me vestí aceleradamente, pero sin ponerme las bragas ni el sujetador, y al darse cuenta preguntó― ¿Y por qué no te pones la ropa interior? ― No hace falta que me la ponga. ― Alguien puede verte… ―dijo precavido. ― Nadie lo notará ―dije excusándome. ― Yo si lo noto… Me volví a desnudar, y me puse la ropa interior, de un blanco refulgente, me acabé de vestir y me cogí de su mano para subirme con él al coche que tenía un poco más allá. Fuimos dando un rodeo para no atravesar por el medio del pueblo. Detuvo el coche frente a un portón en un camino de las afueras y me dijo― No te muevas de aquí, procura no moverte mucho para que nadie te vea. Y si alguien te encuentra di que me estás esperando porque te voy a llevar a casa. No digas nada más ―Y después se fue siguiendo el camino, preocupada y algo asustada, miraba sin cesar, vigilando por si pasaba alguien que no me viese. Aunque lo cierto, es que con aquel calor, a aquella hora todo el mundo estaría en un lugar más freso. Dentro del coche hacia tanto calor y yo estaba tan nerviosa, que comencé a sudar a chorros. Tenía empapadas las bragas y el sostén, tanto que empapé la trasera del pantalón, y mi blusa por la parte delantera. El portón se abrió y apareció Juan, mi rescatador y presunto desvirgador, me alegré muy sinceramente y cuando se subió al coche, le besé en la mejilla porque no pude alcanzarle la boca― Tranquilízate, tendremos tiempo para eso dentro de un poco. Por ahora compórtate como una buena chica hasta que estemos a solas en un lugar tranquilo― dijo riéndose. Entramos en un amplio patio desde donde se accedía a diversas edificaciones. Nos bajamos, me hizo el signo de silencio con el dedo en los labios, me cogió de la mano y rápidamente fuimos hacia una cancela que daba a un jardín. Sin detenernos, tomamos en camino hacía una casa que reconocí y atravesamos los que parecía una puerta trasera. Aquella fue la primera vez que entré en otra casa por la puerta trasera, después hubo muchas otras, casi como una rutina. Una vez dentro, Juan cerró la puerta detrás de nosotros y yo me abalancé otra vez hacia él, rodeándole el cuello con los brazos y llenándole la boca con mi beso. ― ¡Espera, jovencita! ¿No prefieres mejor en la cama? Respondí alguna tontería y me cogió de la mano sacándome del recibidor. Parece ser que te tengo cierta querencia a ese sitio. Subimos una amplia escalera y entramos en una amplia habitación, decorada de forma moderna y llena de instrumentos musicales. Nos acercamos a la cama y volvía a abrazarme a él que esta vez me correspondió. Comencé a frotar mi cuerpo contra el suyo mientras sus manos bajaban hasta mis nalgas. Comencé a sentir una sensación bien conocida pero no por ello menos deseada. Me estaba poniendo cachonda. Bueno, me estaba poniendo mucho más cachonda. Llevada por la emoción del momento le pedí, poniendo voz que yo pensaba que era sensual― ¿Lo hacemos ya? ― Espera un poco, Paulita. No hay prisa y tenemos que pasarlo muy bien ―aclaró antes de apretarme contra él y volver a besarme. Me seguí frotando contra su cuerpo y retorciéndome de puro gusto. Estaba tremendamente excitada y deseaba con todas mis fuerzas que me follara cuanto antes. Pero Juan iba a su ritmo, parecía que se estaba tomando su tiempo. Yo notaba la dureza de su polla bajo la ropa y deseaba cogérsela y besársela antes de que me desvirgara. Entendía que debía hacerlo como agradecimiento. Y sobre todo porque lo deseaba. Juan se detuvo, me separó un paso, y luego, lentamente, entre besitos en los labios, fue desabotonándome la blusa. Botón a botón, fue abriendo poco a poco la prenda hasta que la abrió del todo, llevó sus manos a mis hombros y la hizo caer al suelo. Se arrodilló delante de mí y con la misma exasperante lentitud me quitó los pantalones, que como eran muy ajustados, se llevaron consigo las bragas. Así que me quedé desnuda delante de él, con mi coño a un par de palmos de su cara., en línea directa con sus ojos. ― Es muy bonito, realmente bonito ―dijo admirativo antes de darme un beso en el pubis. En ese momento casi me corro. Todo mi cuerpo se llenó de calambres y se retorció. Juan se levantó, me hizo girar, puso sus manos en mis hombros y las fue bajando con aquella insoportable lentitud hasta el cierre de mi sujetador. Lo manipuló lentamente, después de abrirlo, volvió a subir las manos hacia mis hombros, apartó a un lado los tirantes de mi sujetador y lo hizo acompañar al resto de mi sopa alrededor de mis pies. Me atrajo hacia él y sus manos buscaron mis pechos que esperaban sus caricias. Y casi me corro. Bueno, realmente me corrí. Fue cuando descubrí que una buena amasada en las tetas puede hacerme disfrutar casi tanto como con una follada. Y desde entonces, procuro que mi compañero de juegos sexuales me estimule las mamas, aunque eso pueda tener otro efecto que descubrí más tarde, después de mi primer embarazo y que, aunque pueda resultar indiscreto o molesto en algún momento, tiene un lado muy morboso. Me debí retorcer mucho porque me indicó la cama y se desnudó a la velocidad del rayo. Toda la calma que había tenido para desnudarme se trasformó en un striptease visto y no visto. Yo me había subido a la cama gateando desde los pies, y cuando me acosté boca arriba ya estaba desnudo. Se subió a la cama y se acostó boca abajo con la cabeza entre mis piernas. Todas las opciones que imaginé que pretendía hacerme, eran lo suficientemente excitantes como para que volviera a tener un orgasmo. Y no me defraudó. Me dio un beso tiernote en el coñito, pasó un dedo por la rajita acariciándomela muy suavemente y dijo― Nunca he visto un coño tan bonito como este. ¿Te lo puedo comer? Yo apenas pude responder porque volvía a tener un orgasmo con sus suaves caricias. Cuando su lengua entró entre los pliegues de mi coño y rozó mi clítoris, me retorcí mientras notaba como mi vagina se llenaba de lengua. No sé el tiempo que estuvo haciéndome aquello pero nunca hasta entonces había sentido tanto placer en todo mi cuerpo mientras me retorcía levantando las caderas y apretándolas contra su boca. No me quería perder ni una sola de sus caricias. Luego, se puso de rodillas, alargó las manos, me cogió por los tobillos y tiró de mí; eso es algo que desde entonces me encanta. Me arrastró hasta quedarse entre mis muslos, se estiró hacia un lado. Abrió un cajón y sacó algo que curiosa quise saber que era― ¿Qué es eso? ―pregunté melosa. El me miró sorprendido pero no dijo nada, sencillamente se lo puso, cogió el pene con la mano, lo puso entre los labios de mi vulva, justo en la entrada de la vagina, y muy lentamente fue empujando hasta meterme un par de centímetros. Se detuvo, me miró a los ojos y volvió a empujar, siempre mirándome a los ojos. Así, poco a poco, de dos en dos centímetros, más o menos, hasta que me lo metió todo y volvió a sacarlo para volver a empezar todo el proceso. Lo hizo tres veces, siempre mirándome a los ojos, como esperando alguna reacción mía. Yo esperaba sentir algo de dolor pero no fue así. Esperaba dolor, sangre y cosas de esas que cuentan, pero nada de eso sucedió. Solo la parte buena, tuve un orgasmo espectacular retorciéndome debajo de él. Me corrí otra vez, justo cuando Juan se ponía rígido y gruñía diciendo que se corría. Luego se quedó quieto durante unos segundos. Se comenzó a retirar mientras se sujetaba el preservativo con la mano. Se lo quitó dejándolo sobre un recipiente en la mesita de noche y se acostó a mi lado después de darme algunos besos en los labios. Yo no acababa de creérmelo, ya no era virgen y no me había dolido nada, y tampoco sangraba. Además, me lo había pasado muy bien, había tenido varios orgasmos y también me había comido el coño. Mi primera comida de coño. Me enorgullecí por haber elegido tan bien. Estaba en esas cosas cuando Juan se sentó en la cama, pensé que a fumarse un cigarrillo pero no fue así. Pareció dudar unos segundos antes de decirme― Tu ya no eras virgen. No es que me importe pero ya había follado antes. Yo me quedé muy sorprendida y totalmente desanimada― Si lo era ―Logré decir entre sollozos. ― No Paulita, cielo, no llores. No tiene ninguna importancia, pero no fui el primero. Salvo que… ― ¿Qué…? ― Que no tuvieras himen, que se hubiera roto de forma accidental al hacer deporte o un movimiento brusco, o que sea muy elástico y no se rompa. En ese momento recordé el comentario de mi hermano cenando aquella ensalada que llevaba pepino y se lo confesé a Juan, más o menos―¿Y si se hubiera roto por, digamos por masajes…? Puso cara de extrañeza al decir― ¿Masajes ahí dentro? Y luego su cara se iluminó con una sonrisa antes de reírse de forma franca pero que en absoluto me avergonzó o me sentí ofendida― ¡Vale! Comprendo, masajes… ―Se agachó y me dio un beso en la boca mientras me masajeaba un pecho. Y si me masajean los pechos reacciono, y comencé a retorcerme mientras respiraba con fuerza. Pero Juan no me siguió y se puso muy serio― Paulita, cielito, me parece que nunca has pensado en usar un condón, de hecho ¿Esta tarde lo usabais? ―Aquello había sido un error muy grave. Pese a no ser ninguna ignorante, no había pensado en que dejar de ser virgen puede provocar embarazo. La filípica que vino luego, fue para no olvidarla nuca. Y de hecho, la tengo muy presente siempre que practico el sexo. Ahora el embarazo ya no es posible pero si las enfermedades contagiosas, no solo las de trasmisión sexual, hay otras muchas que se pueden trasmitir por contrato íntimo. Por eso, aunque pueda parecer que no, tengo mucho cuidado y tomo mis precauciones. Durante unos diez minutos me reprendió por mi desidia y me recordó lo que podría pasar. También, y es de agradecer, me propuso una serie de anticonceptivos, que podría utilizar, y lo que es más importante, acceder a ellos sin comprometerme. Por eso, ahora, cuando practico el coito, cojo, tiro o me tiran, jalo, gozo, copulo, yazco, me cubren, me montan o monto, fornico, follo, jodo, cacheteo, culeo, chingo, me acuesto, echo un polvo o hago el amor, tomo todas las precauciones necesarias. Nunca nunca nunca he “cogido” nada. Únicamente una candidiasis y fue mi marido quien me la contagió. Me había quedado callada, mirando hacia abajo, sentada en la cama abrazándome las rodillas. No tenía nada que decir y pensaba en que había tenido doblemente suerte. Primero porque no haber “consumado” con mi primer pretendido desvirgador, que no usaba condón. Y la segunda, por haberme encontrado con Juan que si usó condón y me hizo sentir un placer inédito para mi hasta entonces. Pero a Juan eso no parecía ser lo que le importaba, y me hizo prometerle que nunca tendría sexo, por muchas ganas que tuviera, sin la protección adecuada― Y no se te ocurra nunca esa tontería de la marcha atrás. Luego, cuando dejó de reñirme, pasó un brazo sobre mis hombros, me apretó contra él y me dio un beso muy sonoro en la frente. ― Tengo muchas ganas ―Acerté a decir sin levantar la mirada y sin dejar de abrazarme las piernas. Juan se rió con ganas y dijo― Paulita, cielito, eres agotadora, pareces incansable. Aquel día llegué tarde a la cena pero la reprimenda que recibí fue por algo me mereció la pena. Ya no era virgen, Juan me había comido el coño, me había corrido un montón de veces, había echado dos polvos. Y lo que era más importante, había aprendido mucho del sexo. Además, y eso me excitaba muchísimo, me había citado con él para el día siguiente, y así, cuando todo el pueblo dormía la siesta, Juan me desvirgó el culo. No es que me guste el sexo anal, pero se lo ofrecí y él no lo rechazó, esos días estaba desatada. Fueron solo cuatro tardes, pero suficientes para aprender a chupar pollas, a entender las reacciones de mi pareja y a practicar varias posturas sexuales. Me gustan todas, pero hay algunas, las básicas que me encantan, la típica del misionero, a cuatro patas, yo arriba cabalgando, de píe por detrás, y acostada de lado metiéndomela desde detrás. Pero cualquier otra me vale si me corro, que me correré. También aprendí lo mucho me excita que me amasen las tetas, que me cojan por los tobillos para colocarme, que me desnuden, que me coman la boca a besos, que me laman entera, cosas normales. Y hay otra cosa, no desdeño el sexo con nadie, me encanta con los jóvenes, pero una buena tarde de sexo con un hombre mayor, es algo indescriptible. Me encantan los hombres que son mayores que yo. Me lo paso muy bien y siempre aprendo algo, o lo perfecciono. Con Juan he follado bastante, durante las vacaciones con mis padres en el pueblo, nos las arreglábamos para encontrarnos y echar unos polvos, hasta que se casó. Pero poco después me casé yo y retomamos aquellas maravillosas y clandestinas actividades veraniegas. Todos los años hacemos el amor en el campo bajo las luces de los fuegos artificiales de la Fiesta Mayor. Además, como vivimos en la misma ciudad, a veces nos escapamos a un hotelito cerca de mi trabajo, y hacemos el amor como los verdaderos amantes que somos. Ahora, que estoy pensando en quedarme embarazada otra vez, puede que lo reclame para follar a pelo y sin protección. No me disgustaría que fuera él que es de los poquitos a los que consiento que me llamen Paulita.
Primeras vecesPaula, tiene treinta y algo años, y una bonita figura, bonitas tetas en su sitio, buena cintura y culito espectacular, y además, le encanta el sexo. Le gusta follar y estos son los relatos de sus primeras veces teniendo sexo. Poco a poco, cada vez hay más relatos porque poco a poco os vais animando a escribirlos y a enviarlos para compartirlos. A lo mejor, tienes cosas que contar y que te apetece compartir, pues este es el sitio. Si lo deseáis, puedes enviar tu relato a la dirección que figura en este enlace enviar relatos prohibidosY si lo que quieres es copiar algún relato y compartirlo en tu sitio, o en otro, no olvides copiar y pegar también el enlace de donde lo has obtenido. y el nombre del autor, no cuesta nada y es de justicia.Y si estás interesado en adquirir esta página, debes de saber que está en venta. Si tienes interés, puedes contactar con nosotros aquí. |
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