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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Soy una mascota
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A las cinco en punto de la tarde salí corriendo por la puerta de la oficina para coger el autobús. No quería llegar tarde, a la señora no le gusta eso. Con tres minutos de adelanto llegué a abrir la puerta de su apartamento, aliviada de haber llegado a tiempo.

Como siempre, me quité toda la ropa, me puse los tacones y el collar. Tomé la correa con la boca y me arrastré hacia la sala de estar, con las tetas colgando, y moviendo el culo.

Empujé la puerta para abrirla y oí voces. ¿La señora no está sola?

Estoy confundida, no sé qué hacer; esto nunca ha ocurrido antes.

―Pasa, mascota, conoce a mis amigas ― me ordena la señora.

Obedezco rápidamente y entro empujando la puerta de de la sala de estar con la frente. La señora está sentada en su silla favorita y la acompañan dos mujeres jóvenes vestidas de traje sastre, sentadas en el sofá, frente a mí.

Siento como mi cara se pone roja.

Me arrastro hacia la Señora, ofreciéndole la correa en mi boca― Buena mascota ―me elogia, y por un momento olvido las miradas de las dos mujeres en mi cuerpo desnudo.

―¡Mesa! ―me ordena la señora.

Ruego con los ojos, pero una sola mirada a la cara de la Señora me hace obedecer, y rápidamente me subo a la mesa frente al sofá. Me pongo apoyada en la espalda, con las piernas abiertas, los pies cerca del culo, y las manos a los costados. A mi Señora le gusta esta posición, he estado en ella muchas veces, pero nunca con otras personas presentes.

Las mujeres se levantan y se acercan para examinarme, moviéndose alrededor de la mesa para tener mejor vista de mis pechos y mi coño expuesto. Mi señora llama a mi coño el patio de recreo.

Me siento humillada, utilizada, expuesta. También siento que me estoy humedeciendo.

― Hermosa ―Exclama una de las mujeres, mirando a la Señora.

Yo me siento orgullosa de que le guste la mascota de la señora― ¿Hace algún truco?

La señora me mira y sonríe― Juega contigo misma, mascota ―me ordena.

Yo obedezco, por supuesto, ¿qué más puedo hacer?

Cuando mis manos tocan mis labios vaginales siento la humedad de mi excitación. Estoy horrorizada, excitada y  emocionada. Me acaricio  como más le gusta a la Señora, lenta y sensualmente, tocando sólo mis labios internos al principio, luego empujando primero uno, luego dos dedos dentro de mi resbaladiza abertura, nunca tocando mi clítoris hasta que sobresalga, hinchado, caliente, hambriento.

―¡Ahora! ― ordena nuevamente la Señora.

Bajo las miradas escrutadoras de las mujeres me froto furiosamente, deja que se me acerque el orgasmo, pero no más.

―¡Detente! ―ordena la Señora

― ¡Continúa! ―ordena esta vez.

―Otra vez.

―Detente.

―Otra vez.

―Detente.

Tan caliente; tan cerca, tan cerca…

Desesperada quiero pedirle permiso, pero la presencia de las dos mujeres me avergüenza y cohíbe demasiado; por ahora.

Como era de esperar, no puedo aguantar esto por mucho tiempo. Ruborizada hasta el rojo remolacha, tratando de no mirar a las dos extrañas que observan todo lo que sucede en mi húmedo e hinchado coño, le pregunto a la señora―¿puede su mascota, por favor correrse con un orgasmo?

―Sí, cariño, puedes ― me sonríe a sabiendas que nunca la he amado tanto como en ese momento.

Con las mujeres desconocidas mirándome a la cara, y sonriendo ante mi desvergonzada exhibición de lujuria, me corro de placer.

Más tarde, cuando las mujeres se fueron, la señora me permitió abrazarla en el sofá― Estoy orgullosa de ti, cariño ― dijo elogiándome mientras me acariciaba la cabeza.

Yo respondí escondiendo mi cara entre sus muslos y respirando su olor. Lo hice bien y la señora está contenta conmigo.

Yo estoy completamente feliz.

Mascota

Otro relato ...




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