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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Trampa para Mónica
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Es un joven imberbe, se llama Luis, vive con su padre y sus abuelos, además de una cocinera a tiempo parcial, Josefa, de edad madura, y una criada para todo, una muchacha recién cumplida la mayoría de edad, Mónica.

Un día escucha desde el pasillo una conversación entre Mónica y su padre, Jaime. Ella le pide un aumento de sueldo porque su madre, con la que vive, ha perdido el trabajo y está enferma. Jaime le dice que lo siente mucho pero no puede aumentarle la paga, ya que en la casa hay muchos gastos y su trabajo de arquitecto está flojo.

Unos días después, cuando sus abuelos se han ido al centro cívico del barrio, su padre al despacho y la cocinera al mercado, Luis entra en la habitación que Mónica está limpiando.

―El otro día te oí pedir más sueldo a mi padre y que él te dijo que no podía darte más ― le dijo.

―Lo intenté, pero ya nos arreglaremos ― contesta ella estirando las sábanas de la cama espaciosa de los ancianos.

―Te sugiero que cojas alguna de las joyas de oro que deja mi abuela por ahí, olvidadas en cualquier sitio, y las vendas en una tienda de compra de oro. Es muy distraída, no se enteraría, y mi abuelo y mi padre tampoco.

Mónica le mira asombrada.

―¿Robar? no,  no.

―Te garantizo que no se enterará nadie. Aprovecha la ocasión.

Dicho esto, Luis se marchó. A Mónica le costó una semana de reflexión tomar una decisión. Todos los días veía joyas olvidadas en el baño, en la cocina, en el salón, en el comedor, en el dormitorio. Nunca la anciana le preguntaba si había visto alguna de ellas. Por fin se atrevió y se apoderó de una joya de oro colocada en un aparador del salón detrás de una fotografía.

Al día siguiente, Jaime la llamó a su despacho de casa. Estaban presentes la cocinera y los abuelos. Mónica se temió lo peor y buscó a Luis con la mirada sin encontrarle. Jaime le enseñó una casette.

―Aquí está la prueba de que nos has robado una joya muy valiosa, abusando de nuestra confianza ― le dijo.

Mónica enrojeció de vergüenza― Lo siento, señor, se la pagaré cuando pueda ―dijo bajando la cabeza.

―Con esta prueba podemos denunciarte a la policía y echarte de casa, lo sabes. No nos interesa que nos pagues la joya, tardarías años.

 ―Sí, señor.

Tras un largo momento de silencio, Mónica dijo― ¿No es posible otra solución?

Los miembros de la familia se miraron sorprendidos entre sí.

―¿Qué sugieres ― preguntó Jaime.

―Necesito este trabajo y sé que he obrado mal, así que merezco un buen escarmiento. Me sometería al castigo que decidiesen para mí, de cualquier naturaleza.

―Lo pensaremos ―le dijo Jaime― pero en ese caso incluiríamos a la cocinera en desagravio por haber sospechado de ella, ten en cuenta, además, que serán castigos físicos.

Mónica asintió bajando la cabeza.

―De acuerdo, cuando los decidamos te avisaremos ―le dijo.

Mónica trató de hablar con Luis durante los dos días siguientes sin conseguirlo. El joven la evitaba en cuanto la veía. El tercer día, la cocinera le dijo a Mónica que debía ir al despacho del dueño de la casa. Allí la esperaban Jaime, su hijo Luis y los abuelos de éste, también se quedó la cocinera después de cerrar la puerta.

―Ha llegado el momento de que recibas los castigos ―avisó Jaime― inclínate sobre esta mesa.

La muchacha se acercó a y colocó el pecho sobre la mesa. Jaime le estiró los brazos en horizontal,  la abuela cogió un cinturón de una de las sillas, se colocó detrás de la joven y le dijo que le iba a azotar. Los demás se situaron en semicírculo por delante de ambas. Le propinó unos cuantos azotes sobre la espalda y las nalgas que la estremecieron.

―Mi madre es demasiado púdica ― dijo Jaime e hizo un gesto a la cocinera y ésta se encargó de bajarle los pantalones a la joven. Mónica se moría de vergüenza.

―Dale ahora más fuerte, mamá ―le animó Jaime.

La anciana así lo hizo y Mónica soltó algunos gemidos. Jaime hizo otro gesto a la cocinera, que se acercó a Mónica y le bajó la braga, descubriendo sus nalgas. La anciana azotó con más fuerza a la chica, cuya piel enrojeció enseguida. Se detuvo al fin, cansada, cuando ya le había propinado unos cuarenta latigazos en total.

―Ahora procede tú, hijo.

Luis se arrodilló detrás de Mónica, le separó las nalgas con ambas manos y le chupó el culo y la vagina.Así estuvo alrededor de cinco minutos, que a Mónica le parecieron eternos.

―Ya vale ―ordenó su padre.

Ahora le tocaba el turno al abuelo. Su mujer salió del despacho para dejar que actuase libremente. El anciano se conformó con meterle los dedos en los orificios que su nieto había humedecido con su lengua y su saliva. Cuando se cansó, salió también del despacho. Jaime le dijo a su hijo que se marchara también, quedando él con la cocinera.

―Termina de desnudarla y llévala a mi habitación ―le dijo él a la empleada.

Unos minutos después se presentaron allí, Jaime ya estaba desnudo. Le dijo a Mónica que se sentara en la cama y entonces le metió el pene en la boca haciéndola chupar hasta que se derramó dentro. Una vez satisfecho, le dijo a la cocinera que le hiciera lo que quisiera mientras él se bañaba. La cocinera le dijo a la muchacha que se acostase sobre la cama, boca arriba, se desnudó y se sentó encima de su cara.

―Déjame seca, putilla ―le ordenó.

Mónica le chupó sus partes íntimas, vellosas y no muy limpias, hasta que la cocinera se cansó de la postura y le dijo que ya tenía bastante. Mientras ésta se vestía, observó a la muchacha, que sin recato alguno se masturbaba y gemía de placer.

Una hora después, bañada y vestida con otra ropa, Mónica siguió con las tareas de la casa, como si nada hubiese ocurrido. Los días siguientes veía alguna joya aparentemente olvidada por cualquier rincón de la casa y sonreía, sabía que cuando necesitase dinero sólo tenía que robar una de ellas y luego someterse a nuevos castigos.

A.N.P.

Otro relato ...




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