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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Viaje a mi playa escondida rodeada de acantilados
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Como los viajes son periódicos a los centros de salud, por el seguimiento que hay que hacerles, acostumbro a visitar las playas apartadas que más me gustan, en donde el nudismo es muy común, y donde me suelo encontrar con amistades que las frecuentan muy seguido, ya sean extranjeros o nacionales.

Un viernes, terminando mí trabajo muy pronto despedí a mi equipo que se regresaba a la ciudad. Yo me quedaría hasta el domingo para no estar sola en casa, debido a que mi esposo estaría de cacería de palomas y otros plumíferos como siempre.

Iría a una playa rodeada de acantilados y a la que se puede ingresar solo cuando hay marea baja, de lo contrario, habría que esperar para entrar o salir hasta el día siguiente.

Ese día cuando entré me encontré con dos parejas argentinas amigas mías que iban a pernoctar su última noche ahí. Saludé, y como siempre, me invitaron a quedarme con ellos. Aparqué mi todo terreno cerca del de ellos y armé mi carpa para dos personas al lado de mi gran tronco de árbol, que sin duda el mar lo debe de haber llevado hasta ahí, y que con el pasar de los años, se ha mantenido en ese sitio. Digo mío, porque tiene una forma muy especial, y en él está escrito mi nombre. Y siempre que voy a esa playa lo uso para acostarme, o apoyarme en la única rama gruesa que apunta hacia el cielo, y que también la uso para secar la ropa o las toallas.

Me desnudé, y disfrutamos de juegos playeros y de la comida que compartimos. Bebimos y bailamos hasta el anochecer en que nos retiramos a descansar, porque ellos tendrían que empacar muy temprano para emprender el retorno.

Cuando amaneció, salí con una camiseta corta que me cubría solo hasta las nalgas, que la uso para dormir por ser más cómoda. En vista de que me iba a quedar sola, les dije que ellos partieran y que yo saldría después, para aprovechar si es que salía el sol y broncearme un poco.

De pronto, mientras la marea estaba aún baja, a pesar de que ya estaba subiendo, llegó un todo terreno remolcando un bote zodiac, con cuatro hombres en busca de un sitio para acampar. Se saludaron con las parejas de argentinos a los cuales también conocían y tenían una gran amistad. Tatiana, una de las argentinas, me presentó a los cuatro, y delante de ellos, me dijo― Ya no tienes que irte hoy, ellos te pueden hacer compañía hasta mañana, y estarás en buenas manos con cuatro guardaespaldas. “Ellos” eran buzos profesionales, que acostumbraban a hacer pesca submarina en ese sitio y acostumbraban a quedarse pernoctando para regresar al día siguiente. Me parecieron muy amables y respetuosos, aparte de que todos eran hombres maduros y muy bien formados.

Arturo, un afrodescendiente, era el dueño del carro y del bote; era el mayor de todos con cincuenta y cinco años, que no los aparentaba por su corpulencia y gran musculatura; era dueño de una empresa textil. Otro, también afrodescendiente, era uno de sus gerentes y amigo, acompañante asiduo de sus pescas. Los otros dos eran ejecutivos de otras empresas y también aventureros pescadores.

Al oír lo que me dijo Tatiana delante de ellos, Arturo se apresuró a ponerse a mis órdenes, y hasta me invitó para ir a pescar con ellos. Les dije que mientras ellos armaran la carpa y bajaran el bote al agua, yo lo pensaría, todavía tenía unas dos horas para decidir si quedarme o regresarme, que mientras tanto, me iría a acostar en la playa, aunque el sol brillaba por su ausencia. Tati, como le digo yo, apresuró la despedida y se fueron. Me fui muy lejos de ellos para que no me vieran desnuda, después de todo, eran cuatro desconocidos, y de paso, dos de ellos morenos y grandes, de los que, el solo verlos, hacen que la ropa me estorbe y solita se me caiga.

No sé qué tiempo me habría quedado dormida, porque me desperté cuando el agua mojaba mis pies. Me levanté asustada y miré a los cuatro bajando el bote a la playa, me puse la camiseta y me fui donde ellos, les pregunté la hora, y no había pasado ni hora y media y la marea ya estaba subiendo. Por ende, ya no podría salir de ese lugar.  Arturo riendo me dijo― Hay marea alta y no te percataste de ello, así que te propongo que, para que no te quedes sola en esa playa, vengas con nosotros por lo menos a vernos hacer pesca submarina y luego te invitaremos a probar las delicias que cocinaremos para ti, eres nuestra invitada especial.

Uno de ellos me dijo― Decídete preciosa ―y   otro― Vamos mi amor, no te vas a arrepentir ―La piel se me puso de gallina. Ya estaban soltando las palabras que a una mujer la ponen en alerta. Me estaban viendo, no tanto como amiga, sino, como a una mujer de conquista. Pero era cierto, esa playa es muy desolada como para estar sola, así que no me quedaba otra, levanté los brazos para que me subieran y fue cuando les dejé ver mi desnudez de mis partes bajas al levantar mis piernas para pasar el borde del bote que es muy ancho por ser lleno de aire.

Cuando aceleró el motor, me comenzó a dar frio, eso hizo que me acurrucara, cosa que se dieron cuenta, y me hicieron sentar en medio de dos de ellos que muy presurosos me abrazaron para darme calor. Después de unos tres cuartos de hora de viajar en pleno mar abierto, llegaron al sitio donde ellos buceaban, anclaron el bote, y como siempre debe quedarse uno en la superficie, me propusieron que yo los acompañara a bucear, o que desde la superficie, los mirara con la mascarilla y el snorkel, a lo que accedí gustosa porque bucear me gusta mucho. Tres de ellos se lanzaron al agua con sus tanques y yo me quedé conversando con el otro moreno que estaba al cargo del motor, y que no dejaba de mirarme, tratando de ver más allá de lo que le podía enseñar. Después de algunas inmersiones y emersiones, trayendo los productos de la caza submarina, me lancé al agua a nadar un rato y poder verlos desde la superficie.

El agua estaba tibia, ideal para nadar, pero el aire estaba frío. Después de algunos minutos, y una buena pesca, todos debimos subir al bote. En esta ocasión, la subida fue más complicada, porque lo quise hacer sola ya que había visto como lo hicieron dos de ellos;   se agarraban de la cuerda que circunda al bote, se ponían de lado y levantaban una pierna que   usaban como enganche para subir casi abrazando el tubo ancho de aire, para luego subir la otra y dejarse caer de lado dentro de la embarcación. Hice varios intentos sin percatarme que les estaba dando el espectáculo que, sin duda, esperaban ver. A cada intento de subir las piernas, les estaba dejando ver mis nalgas peladas, y que, en vez de ayudarme, me arengaban con gritos― ¡Tú puedes, tú puedes! ―hasta que perdí fuerzas y pedí que me ayuden; entonces volví a darles el gusto de verme las partes bajas depiladas de mi cuerpo desnudo.

Luego los tres se desnudaron para secarse, en especial y muy prolijamente sus genitales, que se los cogían como si fueran sus grandes trofeos. Y sí que eran grandes. Lógicamente, lo hicieron para exhibir delante de mí sus grandes penes, negros y blancos para provocarme, despertándome nuevamente el morbo. Debido a oscuros nubarrones, el sol no aparecía, y la camiseta mojada me hacía sentir frio por el viento que soplaba. Estaba sentada y tiritando cuando. Arturo propuso que me la sacara y que me secara con una toalla, que de nada serviría ponerme la toalla encima, si la camiseta seguía mojada. Para todo aquel que frecuenta esas playas, la desnudez es algo muy normal, pero en esta ocasión era diferente, no tenía amistad con ellos, y de paso, estaba yo sola con cuatro hombres, tres de ellos desnudos, y en la inmensidad del océano en un bote pequeño que no tenía ni chance de correr para ningún lado― Te vas a resfriar ―me dijo Arturo― y no voy a permitir que te enfermes.  ―Entonces se acercó, y parado frente a mí, con voz autoritaria me dijo― Alza los brazos que te ayudo ―Yo no estaba en esos momentos en mis cabales, mi mente estaba enfocada en los grandes penes que les había visto cuando se secaban. Reaccioné cuando mis ojos vieron cerca de mis narices los genitales de Arturo que se disponía a sacarme la camiseta.

Como una zombi levanté mis brazos y me dejé sacar la única prenda que cubría mi cuerpo desnudo, me secó la espalda, y se sentó a mi lado, me abrazó como si yo fuera su mujer para darme calor con su cuerpo, y emprendimos el regreso.  Con la velocidad del bote, y en pleno mar abierto, el viento estaba más helado que el agua que nos salpicaba y comencé a tiritar de frío. Yo   trataba de proteger mi pecho y mis senos con   brazos y manos, pero, mis piernas comenzaron a presentar una piel amoratada, a lo que, Arturo que me tenía abrazada, le preocupó, porque era síntoma de hipotermia, y comenzó a masajearme los muslos para que por fricción entraran en calor. Masaje que no solo me calentaron los muslos, sino que, me estaban excitando por lo caliente de sus grandes manos y lo cerca que llegaban de mi entrepierna, lo miré y le dije que parara de hacer aquello― Es que necesitas entrar en calor ―me dijo. ― Sí, lo sé, pero es que soy muy sensible a las caricias, y no solo me estás calentando las piernas, tú comprendes ―le dije, y le guiñé el ojo. Entonces pidió a un amigo que   nos cubriera a ambos con una gran toalla, me pidió que sin vergüenza alguna lo abrazara, y me acurrucara entre sus brazos y pecho.

Me sentía tan a gusto con la forma en que me tenía abrazada, que me sentía como una bebé en sus brazos. Acurrucada en su pecho velludo respirando su calor corporal, y como la toalla, en mi caso, me cubría desde la cabeza hasta por encima de mis rodillas, y en el caso de él, desde su cuello, hasta sus rodillas, me percaté que justo bajo mis ojos a unos cuantos centímetros de mi cara, estaba su precioso pene brincando pesadamente con cada salto del bote. Viendo semejante pedazo de carne por el que mi cuerpo se volvía incontrolable, y pensando que las oportunidades no se deben dejar pasar, opté por hacerme la dormida, y al disimulo, cada que brincaba el bote, dejaba caer mi mano sobre sus genitales. Luego reaccionaba, subiéndola nuevamente como si me despertara intermitentemente, volviéndola a subir para seguir abrazada a su pecho. Repetí varias veces esa escaramuza, hasta que definitivamente dejé caer mi mano sobre su pene, como si me hubiera quedado profundamente dormida.

Nadie podía ver lo que estaba sucediendo debajo de la toalla, pues ésta le tapaba esas partes a él también. De pronto, noté que su mano retrocedía para abarcar cual grande era una de mis tetas, de tal manera que con sus dedos comenzó a acariciarme el pezón de ella, poniéndolo más duro de lo que ya estaba, dándole a él la señal de que yo estaba disfrutando de sus caricias al no reaccionar reclamándole sus manoseos. Eso me llevó a responder con ciertos movimientos para acomodarme de tal forma, que él pudiera tener mejor acceso a lo que estaba haciendo. Él respondió haciendo lo mismo, se acomodó de tal manera, que hizo que mi mano pudiera coger su pene. Se lo cogí delicadamente para ponerme a juguetear con el glande, dándole golpecitos con la yema de mis dedos en la boquita del meato urinario para excitarlo más de lo que ya estaba. Aquella cosa creció y se hizo muy grande y pesada, que en lo acurrucada que estaba en su pecho y vientre, casi llegó a mi boca, momento en que aproveché para darle besitos y jugar con mi lengua sobre su glande. No podía metérmelo en la boca, pues hubiera sido muy notorio el movimiento debajo de la toalla.

Ya en tierra firme, en la playa, me quité la toalla y se la dejé caer sobre su pene que se lo había dejado completamente erecto después de tantas caricias que le hice con mi mano y boca. Y me puse la camiseta como si nada hubiera pasado. Pero grande fue mi sorpresa, cuando Arturo, en un alarde de su virilidad y machismo, se levantó con la toalla pesada colgando de su majestuoso y rígido pene. No cabía duda ante los demás, de que yo se lo había estado cogiendo durante el viaje de regreso, cosa que me hizo sonrojar ante sus amigos.

― No te preocupes mi amor ―dijo uno de ellos― lo que suceda en esta playa, se queda en ella, y se fueron a armar la parrilla para hacer un asado con la pesca. Otro trajo una hielera repleta de colas, cervezas y vinos. Bebimos, comimos y conversamos en doble sentido, y como yo sabía a donde querían llegar, les seguí el juego.

― ¿Qué haces aquí sola?

― No estoy sola, estoy con ustedes.

― ¿Sabes que a esta playa vienen a hacer nudismo, y a tener relaciones sexuales libres?

― Sí, lo sé, pero también se viene para estar sola y descansar, y evitar preguntas impertinentes.

― ¿Y tu esposo, sabe que vienes a hacer nudismo sola?

― No, pero se lo ha de imaginar.

― ¿Cómo que se lo ha de imaginar?

― Porque en mi cuerpo no hay marcas de trajes de baño cuando me bronceo.

― ¿No te preocupa estar aquí sola con cuatro hombres?

― En lo más mínimo, cuando no está mi esposo, soy una mujer libre, soltera, y me sé cuidar y defender sola.  Por último ¿Qué me pueden hacer cuatro hombres que yo no les pueda responder?

― ¡Buena respuesta! ―dijo alguien.

Otro dijo― Te comportas como una mujer arisca.

Y otro prosiguió diciendo― Yo fui vaquero en la hacienda de mis padres, y a las potras salvajes, chúcaras y berracas, se las amarraba a un palo, se las azota hasta que se las amansaba, y luego solitas se entregan.

― Sí, pero yo no soy una potra, y doy por terminada la conversación, pónganse a limpiar todo, recuerden que hay que cuidar las playas. Ya estoy un poco mareada de tantas cervezas y vino, y quiero descansar un rato.

Hacía un sol resplandeciente en ese momento y lo aproveché para ir en busca de un lugar apartado, donde acostarme en la arena, usando mis manos como almohadas. Luego de un rato, apareció Arturo diciendo― Hola Caro, ¿así que estás libre y soltera? ―sin dejar de mirar mis partes bajas que habían quedado descubiertas cuando se me subió la camiseta al subir mis brazos para apoyar mi cabeza en mis manos.

― Sí, hasta mañana estoy libre y soltera ―Entonces se sentó a mi lado y comenzó a acariciarme los muslos.  A lo que le dije― Ya no están con frío, y tu mano está muy caliente, ya te dije que soy muy sensible a las caricias.

Hasta ese momento ya me tenían muy excitada y libidinosa, por lo que había visto y escuchado en la conversación que tuve con aquellos hombres que estaban pensando en domarme al puro estilo salvaje, y al ver a Arturo desnudo a mi lado y acariciándome las piernas, solo cerré los ojos, y no insistí en que dejara de hacerlo. Arturo simplemente siguió acariciándome y viendo mis reacciones. Pero esta vez sus manos iban subiendo más y más, arrancándome suspiros de placer, que delataban que yo lo estaba disfrutando. Los suspiros se convirtieron en gemidos cuando apoyó su gran mano en mi vulva y comenzó a acariciar mi clítoris. Luego se acomodó de tal manera que sus dos manos, por debajo de la camiseta, llegaron a mis tetas ya hinchadas, para apretar con sus dedos ambos pezones a la vez. Eso ya hacía gemir como una depravada, y retorcerme de placer mientras yo le sobaba su gran pene erecto con una de mis. De repente me ordenó― Sácate la camiseta que te quiero completamente desnuda para mí

― ¿Cómo así, acaso es una orden?  ¡No! ―le respondí― todavía tengo algo de pudor, tus amigos nos están viendo. Entonces me levantó en peso, y me llevó al mar, allí, me sacó la camiseta. Yo ya no aguantaba más, nos besamos y prendida a su cuello lo abracé con mis piernas para que él pueda introducir su gran pene que con dificultad entró, para que pudiera copularme a su antojo.

Después de minutos interminables de sexo y algunos orgasmos, me tomó de la mano y nos encaminamos donde estaba su grupo de amigos bebiendo. La camiseta y la pantaloneta se las había llevado el mar, por ende, nuestro regreso fue completamente desnudos los dos. Pasamos de largo con rumbo a los carros, pero las miradas de sus amigos me incomodaron un poco, me hacían sentir impúdica, como si yo les hubiera robado algo. Me imagino la imagen, un moreno de casi un metro noventa, con un peso de un0s noventa y pico kilogramos, muy corpulento, tomado de las manos caminando con una mujer, de un metro sesenta y dos, de apenas cincuenta y cuatro kilogramos, muy menudita, y él, con su garrote gigante moviéndose pesadamente a cada paso que daba, y que momentos antes, mi cuerpo se lo había engullido entero.

Arturo me llevó a su carro, y mientras él me bañaba, le pregunté si algo pasaba con ellos, a lo que me contestó― Lo que pasa, es que cuando uno de nosotros está con alguna mujer, por lo general, los otros ya no se pueden meter con ella.

― ¿O sea, horita ya soy de tu propiedad, y ellos ya no pueden intimar conmigo?

― No, no es eso, tú eres una mujer libre y puedes estar con quien quieras, pero eso es, sin duda, lo que están pensando.

Me fui a mi carro, me sequé y me puse un micro bikini muy sexi, o sea, un hilito dental hecho de cuerdas muy finas, y encima, un vestidito playero, muy escotado de frente y espalda, de tirantes largos. De esos que el escote frontal llega hasta más abajo del ombligo, y por detrás, dejan descubierta toda la espalda hasta el inicio de mis nalgas; muy suelto y corto, de una tela muy fina estampada y casi transparente, y que, con el viento, lógicamente se levanta y no dejaba nada para la imaginación. Quería exhibirme y provocar a todos en la playa, cosa que me excita mucho, el ser deseada, mejor por tantos hombres. La idea era que, Arturo en un momento dado, por ser el mayor de todos y con su autoridad, pusiera un alto y fuera el primero en hacerme su mujer, después de todo, él fue el culpable de todo mi alboroto sexual.

Y llegó la noche y   no dejaban de mirarme por la forma en que estaba vestida, y la forma coqueta y sensual de mi caminar. Abiertamente me coqueteaban cada vez que pasaba por donde ellos estaban. Sabían que era cuestión de tiempo para tenerme a su disposición. Yo solo les correspondía con una sonrisa coqueta.

Arturo y los demás se pusieron a asar langostas, pescados y moluscos, mientras yo les servía las cervezas. Uno de ellos me dijo― ¿Oye preciosa, sabes que los mariscos son afrodisiacos?

― Eso dicen ―le contesté.

― ¿Y qué tal, cómo te pones cuando tú los comes?

― Yo no necesito de comer mariscos, allá ustedes que sin ellos no les funcionan sus armas disque poderosas.

Armaron una mesa grande y cada uno se servía lo que quisiera. Lo que más había eran cervezas y ganas de parte de los hombres de que las cosas se pusieran más calientes. No paraban de sacarme a bailar, y sus insinuaciones y manoseos eran cada vez más atrevidos, como preparándome para lo que se vendría más tarde en la noche.

Ya algo mareados todos, inclusive yo, opté por retirarme a mi carro, coger mi carpa para dos personas y volverla a armar; pues ya la había desarmado en la mañana para mi retorno cuando aún no habían llegado ellos. Fue entonces que se me acercaron los amigos de Arturo para decirme que la estábamos pasando muy bonito y que, si me ausentaba, se echaría a perder la fiesta. Que ellos me armarían la carpa, si yo así lo decidiera después, porque ellos ya tenían su carpa armada que era para cinco personas y yo cabía muy bien allí, y que no permitirían que durmiera sola alejada del grupo. La idea no me desagradó, es más, me despertó el morbo de dormir con cuatro hombres en una playa desolada. Pero tenía que aparentar algo de decoro y no aceptar de primera una propuesta de ese tipo.

Me tomaron de las manos y me llevaron nuevamente a bailar. Uno de ellos, el que conversaba de cómo amansar potras salvajes, propuso un juego; cogió una cuerda y le hizo en lazo de vaquero, me enseñaría a enlazar estando ellos parados. Todo eran risas porque por más que lo intentaba, no lo podía hacer, así que me dediqué a corretearlos y darles con la cuerda en las nalgas, recibiendo amenazas de que, si me atrapaban, me azotarían hasta que me amansaran. Frases que me ponían más lujuriosa por imaginar lo que me harían

Estaba claro que la mujer que tenían en frente estaba muy excitada y dispuesta a entregarse a todos y cada uno de ellos, y que solo estaba tratando de excitarlos más con ese jueguito de vaqueros. Aprovechando mi predisposición y un descuido, el supuesto vaquero me quitó la cuerda, y mientras corría de un lugar a otro para no dejarme atrapar por sus dos amigos que hacían como que me agarraban, el vaquero, en un lance muy preciso, me enlazó y me inmovilizó los brazos pegados a mi cuerpo. Vino otro y me abrazó para impedir que corriera o que me desatara. El juego había terminado, y lo que vendría, yo misma   lo había estado buscando.

Entre risas y jadeos por estar corriendo, me llevaron hasta mi famoso tronco, buscaron una rama alta, me envolvieron una camiseta en las muñecas para que no me quedaran huellas de la cuerda que me volvieron a amarrar para dejarme prácticamente colgando con las manos en alto a la rama por encima de mi cabeza. No sin antes haberme sacado el vestido, que usaron como capucha para que no pudiera ver lo que me harían.

Con los brazos en alto, y sin poder hacer nada, mi cuerpo estaba a plena disposición de ellos― De acuerdo ―les dije― ustedes ganaron, ya me pueden aflojar que ya me voy a portar bien ―A lo que uno de ellos dijo― No te creemos ― y de repente, siento que uno me agarra de la cintura y me levanta en peso. Otro me toma de las piernas, y el otro, toma los tirantes laterales de mi hilo dental, y de un tirón me lo sacaron, para luego volverme a dejar parada sobre la arena.

Y llegó el momento de amansar a la potra salvaje. Eran seis manos que se dedicaron a masajear mis tetas, mi vientre, mi entrepierna y mis nalgas. Eran tres bocas que se dedicaron a besarme desde las orejas hasta mis rodillas, no sin antes chupar mis tetas y mi clítoris.  Estaba siendo objeto de una de las torturas más placenteras de mi vida y sin poder corresponder. Solo atinaba a gemir, jadear y moverme desesperadamente. En unos momentos apretando las piernas, y en otros abriéndolas para que sus dedos y lenguas pudieran llegar hasta lo más profundo de mí

Estaba completamente entregada a sentir seis manos acariciándome y estrujándome, No así Arturo, que se quedó sentado bebiendo una cerveza, viendo como sus amigos se divertían con la que momentos antes había sido su mujer.

― ¡Arturo! ―le grité― ¿no vas a ayudarme?

― ¡No! ―dijo él― tú los provocaste, y ahora defiéndete sola.

Igual, no quería que me ayudara, porque echaría a perder lo bien que me la estaba pasando

Me hacían girar para que cada uno hiciera lo que se le antojara, cuando me tenían frente a ello. Llegó el momento en que ya no podía aguantar tantas caricias y manoseos, estaba tan excitada que después de algunos orgasmos, tuve que decir― ¡Alto!, ya no aguanto más.

Entonces vino el vaquero y dijo― ¿Ya estás lista para entregarte? ―

Y entre risas, dije― No, no me voy a entregar a nadie.

 Y volvieron a manosearme haciendo que me retorciera nuevamente― ¡Está bien, está bien!, les grité.

― Entonces repite conmigo ― me dijo el vaquero― “Esta potra quiere aparearse con cuatro sementales”

Hice silencio, y me comenzaron nuevamente a acariciar las tetas, la vulva y las ― Si no lo dices, te seguiremos torturando, y sabemos que te gusta.

― De acuerdo, de acuerdo, estoy lista para aparearme con ustedes.

Dicho eso me desataron, me tomaron de las manos y me llevaron al matadero, todo ante los ojos de Arturo que seguía bebiendo cervezas. 

Dentro de la carpa, me hicieron arrodillar, se pararon frente a mí, y sin mucha resistencia de mi parte, le hice sexo oral, en clara señal de que estaba dispuesta a todo. Se acostaron los tres, y uno a uno los tuve que montar. La carpa se llenó de gemidos y gruñidos, con cada uno tuve orgasmos, y lo sabían porque cuando los tenía, mi cuerpo convulsiona y tengo que hacer un alto a los movimientos hasta que se me pasen.

Cuando terminé montada sobre el moreno, este no había acabado, y seguía copulándome aunque yo estaba exhausta sobre él; y fue cuando alguien se puso detrás de mí, medio me levantó de las caderas y comenzó a quererme meter una mole de pene que por más lubricado que estaba mi ano, no podía entrar. Giré y vi que era Arturo y le sonreí, le iba a dar lo que él, en la playa, momentos antes, me había dicho que   quería hacer suyo, y eso era mi culo. Esa fue mi última sonrisa de la noche  porque luego, se desdibujó al sentir que aquella cosa tan grande se abría paso en mis entrañas haciéndome gritar de dolor y placer, que junto con la de su amigo que ya la tenía dentro, me hacían sentir que mi pancita se reventaba.

Fue una noche muy larga, pues al ser testigos del empalamiento que me hizo Arturo, de los gritos de dolor, que luego terminaron en gemidos y jadeos de placer, todos los demás esperaron su turno, y también se dieron el gusto de encularme de mil maneras.

Cuando desperté, en un mar de semen, ya los cuatro habían preparado el desayuno. Agarré una toalla de mi carro y me fui a bañar al mar, luego me duché, y me uní al grupo. Estaba algo avergonzada, pero entre agradecimientos y elogios de parte de ellos, ya no me hicieron sentir tan mal, pues todos estaban muy satisfechos con mi comportamiento, que no paraban de mencionar que era una noche que nunca olvidarían, y que, de ahora en adelante, cada que fueran a pescar a ese sitio, me llamarían para ver si estaba dispuesta a acompañarlos.

Como yo estaba muy cansada y dolorida, Arturo le ordenó a su amigo moreno, que me manejara el carro de regreso a la ciudad. Cuando llegamos a la entrada pasando el peaje, aparcamos, me fui al carro de ellos y les agradecí por la maravillosa noche que pasé con ellos; intercambiamos los números telefónicos y nos despedimos.

Hace unos días, recibí una llamada de Arturo que me invitaba a pescar a otro sitio, pero esta vez iría con otros amigos que me quería presentar. Y como me había visto que disfrutaba mucho de la compañía de los morenos, esta vez me dijo que llevaría solo morenos en el   viaje. Que le parecía muy morboso ver mi cuerpo blanco y menudito hecho sánduche entre dos morenos moviéndose y revolcándose de placer entre ello. Cosa que a mí también me pone muy morbosa y libidinosa el saber que me van a tener así entre ellos. Invitación que de hecho he aceptado pero que todavía no se ha podido dar por cuestiones de trabajo.

Saludos, Caro.

 

 

Caro y el sexo

Caro es una mujer dedicada a su esposo y a su hogar, cuando él está en casa. Es una reconocida profesional con un cargo importante donde trabaja y con una gran responsabilidad en su trabajo donde goza de gran confianza. Pero también  es una  mujer libidinosa, llena de morbo, un tanto exhibicionista, soñadora, que gusta mucho de bailar, y yo diría que hasta ninfómana. Su marido sospecha que tiene aventuras, como ella también sospecha que él las tiene, pero se respetan y tienen una premisa, que todo lo que hagan, lo hagan bien y siempre lo terminen.

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