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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Mi lado oscuro
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Y llegó la navidad y volvimos a juntarnos todos, en lo que yo pensé, sería una situación incómoda. Nada más lejos de la realidad, todo parecía normal. Silvia había adelgazado bastante y se veía fabulosa. Creí ver alguna mirada furtiva hacia mí, pero la situación era tan normal que pensé que serían imaginaciones mías.

En un momento que coincidimos solos en la cocina, Me pasó un pendrive, me miro y me dijo ― No puedo olvidar ese verano. Cada vez que veo esto me pongo a mil, pero Manu, no quiere ni oír hablar del tema.

Cogí el lápiz imaginándome lo que era, pero pregunté― ¿Lo grabaste?

― Todo ―me respondió.

― Vanesa tampoco ha vuelto a decir nada, y con el tratamiento, el sexo ahora da pena, la verdad. Además, hacer el amor como antes, a mí ya no me llena.

― A eso, le puedo poner solución yo. Llámame, no te arrepentirás. Dejemos a los aburridos hermanos negando lo que pasó y negándose a ellos mismos que les gustó.

Esa noche me levanté a ver el video en el ordenador, y cayeron dos pajas. Parecía una película de las buenas, con guión establecido. Todo fluía como ensayado o dirigido, pero éramos nosotros.

Una cosa debo dejar clara, ni disfruto viendo a mujer con otro, ni lo soportaría, pero la situación con su hermano y su cuñada era excitante al máximo. Eso, unido a la casi ausencia de sexo con Vanesa terminó por decidirme a llamar a Silvia. Un día, en pleno visionado del video de la casa rural, me encontré con el teléfono en la mano llamando a mi cuñada.

― Sí que has tardado en decidirte ―me dijo― No puedo hablar ahora, pero estas de suerte, apunta esta dirección y búscate la vida para ir esta tarde― Eso fue todo y colgó.

Esa tarde, argumentando una reunión, y aprovechando el turno de tarde de mi mujer, me dirigí a la dirección indicada. Era un chalé en la zona rural de mi localidad, bastante alejado, pero relativamente cerca de la ciudad. Me dirigí al aparcamiento trasero, donde había varios vehículos, entre ellos el Mini de mi cuñada.

No había terminado de aparcar, cuando la vi en la puerta trasera de la casa. Estaba visiblemente más delgada que la última vez que la vi, enfundada en un ajustado vestido negro, con botas por debajo de la rodilla y el pelo recogido en una coleta, muy sexy.

Me recibió con un beso en la boca, que no me esperaba, me cogió de la mano y me llevó dentro.

― No pierdas detalle, haz lo que te diga, y mantente callado. Eres mi invitado y respondo por ti, no me hagas quedar mal.

Fuimos a la parte de debajo de la casa, donde un enorme salón con chimenea estaba decorado con motivos de caza, unos sofás de piel alrededor de lo que bien podía ser una pista de baile, por el tamaño, pero que estaba tomada por una especie de potro medieval, una cruz en x, una cama con dosel de la que colgaban varias correas y grilletes, un pequeño armario con todo tipo de látigos, fustas, dildos, consoladores, etc. Y delante de todo eso, tres chicas, de rodillas, completamente desnudas, con los ojos cubiertos, las manos en la espalda y los pezones mordidos por pinzas metálicas con pequeños pesos colgando de ellos. Pude ver que los sofás estaban ocupados por unas ocho o nueve personas, entre los que pude distinguir al menos otras dos mujeres.

Mi cuñada se puso un antifaz a la vez que me ofrecía uno. En ese momento un hombre, se acercó al centro del cuarto, y dijo― Hoy tenemos dos invitados, sus maestros, responden por ellos. Las tres chicas han firmado sus contratos, tienen informe médico favorable y saben la palabra clave para parar lo que les estéis haciendo en ese momento. Si alguien, después de escucharla, continúa con la acción, será expulsado inmediatamente, con represalias, por supuesto. Ya lo sabéis de otras veces, y los nuevos, que lo recuerden. Dicho esto, las perras son vuestras, tenéis seis horas, en grupos de tres, los invitados no se cuentan, pero pueden participar si el resto del grupo en el que están, se lo permite.

Dicho esto, se retiró, quedando solo iluminado el centro de la habitación.

Silvia me tomó de la mano y me llevó al centro, donde se juntó con una pareja, que parecía conocer bastante bien. Tras una pequeña charla entre susurros, escogieron la chica del centro.

La llevaron por la correa que pendía de su cuello a la x, donde la ataron por las extremidades de cara a ella. Observé que entre sus nalgas tenía un plug anal, bastante “lujoso”, terminado en una imitación de piedra preciosa.

Silvia cogió un bote de aceite o lubricante y aplicó una capa generosa por el cuerpo de la chica, incidiendo bastante en las nalgas y la entrepierna.

A penas se había separado, un sonoro latigazo impactó en el culo de la chica, y le arrancó un pequeño grito, mezcla de dolor y de sorpresa por el inesperado golpe. La mujer que tenía a mi lado blandía el látigo, despojada de la ropa que la cubría, lucía un mono de látex, que dejaba adivinar su voluptuosa silueta que tendía al sobrepeso, pero con una delantera más que aceptable. Al primero, siguieron una serie de 19 latigazos más, incidiendo la mayor parte en el culo, que ya se veía rojizo y algo inflamado. El hombre me indicó que le acompañara, y me mandó sacar el dilatador del culo de la chica. Lo hice con sumo gusto, y ella respondió con un pequeño gemido de alivio, que no me extrañó, porque a pesar del corto tamaño, el diámetro era considerable. Tanto que una vez extraído, el esfínter no se cerró, mostrando un dilatado acceso al cuerpo que allí estaba siendo usado. El hombre, untó los dedos en la espalda de la mujer atada, en una mezcla de sudor y aceite y comenzó a metérselos por el dilatado culo, uno, dos, tres y hasta cuatro dedos entraban y salían de ella. En un momento, cambió los dedos por su miembro. Una enorme polla, con un diámetro como jamás había visto. He de decir, que en cierto modo me acomplejó y me dio envidia, pues era evidente que el mío no estaba a la altura de aquello. De todos modos, no creo que esa noche fuese a tener la ocasión de usarlo, al menos fuera de mis pantalones, porque dentro, amenazaba con salir en cualquier momento. El hombre terminó de correrse con un sonoro jadeo. Estaba empapado de sudor, y por las piernas de la hermosa joven caía un reguero de semen, que resbalaba rápido por el sudor y el aceite. Ella parecía desvanecida. El hombre comentó que se iba a lavar y tomar algo.

Mi cuñada se acercó por detrás y me bajó la cremallera, deslizando su mano dentro de mi bragueta, y cogiendo mi miembro. Lo sacó fuera y se arrodilló para introducirlo por completo en su boca, no tardando mucho en soltar toda mi leche en su garganta. Mientras ella se afanaba en chupar y limpiar mi polla por completo, dejándola prácticamente lista para otro asalto, la otra mujer acomodaba a la chica, de frente a nosotros en la cruz, con los brazos atados a ella y las piernas colgando, completamente abierta de sendas poleas en el techo, mostrando su sexo abierto y expuesto a cualquier cosa. La mujer se colocó un arnés con un consolado dentro de ella, y un enorme falo con pequeñas protuberancias en todo el, apuntando a la indefensa chica. No se hizo de rogar, y se lo metió de golpe, a lo que la muchacha respondió abriendo enormemente los ojos, e intentando gritar sin éxito, pues la mordaza que tenía en la boca lo impedía.

La mujer comenzó a follarla con ímpetu, y por las expresiones, creo que las dos se corrieron a la vez. Mientras mi pene lucía de nuevo listo para la batalla, gracias al meticuloso trabajo de mi cuñada. Pude ver al fondo de la sala, sobre la cama, al hombre que nos había acompañado, follando por turnos, junto a otros 3, a otra chica atada boca abajo en la misma. Se apreciaba su culo muy dilatado y enrojecido.

Sin darme cuenta, un látigo de siete colas estaba en mi mano, y la mujer me decía que castigará el coño de la esclava. Lo hice sin miramientos, y con bastante fuerza, bastante más de la que me atreví a aplicar sobre mi mujer en nuestra fiesta privada de hacía unos meses. Varios golpes después, los gritos ahogados de la chica me devolvieron a la realidad. Su coño estaba enrojecido e hinchado y algunas marcas en sus muslos parecía que iban a empezar a sangrar de un momento a otro. Me sentí en parte mal, por el severo castigo y en parte muy excitado, tanto que, a un pequeño gesto de la cabeza de la otra mujer, introduje mi polla en la chica de un golpe y sin miramientos. Me extrañó lo fácil que entró. Estaba claro que el castigo infligido la había excitado sobremanera. Me la follé con rabia, sacando mi polla casi entera fuera para volverla a meter de golpe hasta el fondo, una y otra vez, mientras tiraba de los pesos en las pinzas de los pezones, estirando tanto estos, que parecía que se iban a desgarrar de aquellas formidables tetas ,de un momento a otro. Me corrí dentro de ella al poco tiempo.

En seguida mi cuñada, me tomó de la mano, y me acompañó, a través de una puerta que no había visto, a un pequeño baño, donde, afanosamente volvió a chupármela hasta dejarla completamente limpia y semierecta de nuevo. Se subió un poco el vestido, se inclinó sobre el lavabo y me ofreció su generoso culo, desnudo. Jugué con mis dedos un poco en su húmedo sexo, pellizcando su clítoris, sus jadeos me pusieron a tope otra vez, y se la metí sin más, mientras introducía mi dedo medio en su culo. Respondió separando nalgas sus con las manos, a lo que respondí sacando mi polla de su coño, y empujando mi ansioso glande contra su esfínter, que se abrió para dejarme paso a su cálido interior. Bombeé con fuerza varios minutos, hasta que me corrí de nuevo. Llevaba tiempo sin follar, mucho tiempo, y se notaba. Terminé de eyacular en su culo, mientras la masturbaba con mi mano, y se corría entre jadeos y contoneos. Me zafé de ella e inmediatamente, una vez más se afanó en dejarme el miembro limpio, pero esta vez no hubo erección.

Nos dimos una buena ducha y nos vestimos, el tiempo se me echaba encima. Salimos al aparcamiento desde el mismo baño. Ya en la puerta de su coche me dijo― Este es mi mundo. Manuel lo desconoce, me gustaría hacer todo esto con él, pero se asustaría si lo supiese. La maleta de casa se usó alguna vez, muy suavemente, hace tiempo. Cuando yo pedí más, se asustó y no quiso volver a jugar. Ahora desfogo en fiestas como esta. Solo torturo, y me masturbo, nunca follo, salvo hoy. Si llego a casa muy caliente intento hacerlo con él, normalmente lo consigo.

― Tienes suerte, le respondí. Yo si no tiene ganas ella, rara vez lo consigo.

― Suele pasar ¿Has probado anulando su voluntad? ―Me dijo.

― No te entiendo ―le respondí.

Buscó en la guantera y me entregó un pequeño vial― Esto es escopolamina. Cuando tengo muchas ganas de sexo duro, le doy a Manuel en una copa, Viagra, para asegurarme, y unas gotas de esto, para que no recuerde al día siguiente. Salvo algún moratón, y un dolor de polla como no recuerda en su vida, no sabe qué pasó durante toda la noche. Tampoco hace preguntas.

― Ya viste lo que pasó con Vanesa cuando estaba borracha, se prestó a todo. Prueba con esto, no te arrepentirás, pero no te pases, ni con la dosis ni con la frecuencia, puede ser fatal.

Tomé el frasco sin mediar palabra, me subí al coche y me fui. Deseaba probar cuanto antes, pero esa noche, yo no iba a estar a la altura.

Pasaron varios días, y me hice con un pequeño “arsenal”, pinzas, electro estimulador, dildos, vibradores, una fusta, antifaz, esposas, lubricantes, etc. y el fin de semana me decidí. Evidentemente, y pese a mis continuos intentos, sexo cero. Así que el sábado, aprovechando que Vanesa con el pescado, siempre se toma una copa de vino, puse el plan en marcha. Eché en la copa una gota menos de lo que Silvia me había dicho, por si acaso, y cenamos. Recogimos y nos fuimos al salón, todo normal. En el sofá, yo televisión, ella portátil. En un momento dado, se lo quite de la mano y deslice una mía bajo su camisón, atrapando un pezón entre mis dedos, y ahí vi que algo pasaba, algo había cambiado. No hubo rechazo, se dejó manipular, sin no me apetece, ni ahora no, simplemente se dejaba llevar. Le quite el camisón, y me dedique a mordisquearle los pezones, lamer y succionar, hasta dejarlos duros como piedras. Bajo el tanga que llevaba, asomaba bastante vello, fruto de la dejadez que le acompañaba desde hacía tiempo.

― Vamos al baño a arreglar esto ―le dije. A lo que respondió asintiendo con la cabeza y levantándose.

Con mi corta pelos le pegué un repaso a todo, dejándolo prácticamente sin nada, para continuar por los labios y el interior de los muslos con la cuchilla. Un trabajo esplendido, y un cambio radical.

La llevé a la cama y siguieron los juegos. Mordaza, pinzas en los duros pezones, maniatada a la espalda, y generosa cantidad de lubricante en su culo. Un dedo, dos, tres, y plug dilatador dentro. Solo suspiros y gemidos, contoneos y jadeos, pero sin una queja. Varios fustigazos hasta que su espléndido culo se tornó rojo, y plug fuera. Comprobé con mis dedos que la dilatación era evidente, y poco a poco, mi polla fue entrando en ella. Estaba disfrutando como un loco, tanto que tardé muy poco en correrme dentro de su culo.

Le di la vuelta y le quité la mordaza, para sustituirla por mi polla, que lamió y chupó, con la habilidad que le caracterizaba, dejándome casi listo para otro asalto.

Le solté las manos de la espalda y se las sujeté por encima de la cabeza. Que recuerdos me traía aquella posición.

Uní los cables del estimulador eléctrico a las pinzas de los pezones y le di varias descargas, que la hicieron retorcerse y tensar la espalda. Esa tensión con mi polla dentro tenía que ser como rozar el cielo, pensé. Así, que de un golpe de cadera se la metí. Pensé meterle el glande solamente, pero entró entera, estaba empapada, estaba disfrutando a pesar de estar drogada.

Con la polla dentro, le solté otra descarga, y al tensionarse su espalda contrajo los músculos pélvicos, atrapando con fuerza mi polla. No había sentido una penetración así, en mi vida, era como si desde su interior, me quisiera arrancar el pene. Que placer sentí.

Seguí un rato jugando, pero pensé que las descargas podían dejarle marcas o dolor varios días, y no quería responder preguntas incomodas.

Le solté las pinzas, y aun penetrada por mí, acerqué uno de los vibradores y se lo puse en el clítoris, enrojecido e hinchado por el placer que estaba sintiendo. Empezó a retorcerse y jadear, hasta explotar en un sonoro orgasmo, que debieron sentir hasta en el bajo, y vivimos en un ático. Me sentí muy mojado, y vi que se había corrido, pero de verdad, estaba toda mojada y por sus muslos caía un flujo brillante y abundante. Me arrodillé sobre su cara, le sujeté la cabeza y le metí la polla en la boca. Primero le dejé hacer como ella sabía, pero en esa posición, y sin darme apenas cuenta, poco a poco comencé a bombear, y en un momento me vi follándole duro la boca. Ella se dejaba hacer, pero le molestaba, porque de vez en cuando, notaba en mis manos que intentaba retirar la cabeza entre arcadas. Eso me excitaba aún más, y continúe, hasta correrme de nuevo en su garganta. Le mantuve así un rato, hasta que noté que de mí ya no salía nada más. Me aparte, para ver cómo entre sus labios se deslizaba un pequeño hilo de saliva y semen.

― ¡Trágalo todo! ―me salió sin darme casi cuenta. Y obedientemente, se pasó la lengua por la comisura de los labios y tragó.

Pensé que se merecía otro orgasmo, yo estaba exhausto, así que le introduje un consolador y le acerqué el vibrador de nuevo. Comencé a meter y sacar el dildo, mientras el vibrador zumbaba, volvieron los jadeos y los arqueos, y de nuevo estalló en otro orgasmo, más leve que el anterior.

Me levanté y la dejé tumbada en la cama, aun con el consolador dentro. Recogí un poco, guardé todos los juguetes, y la acompañé a la ducha. Nos duchamos juntos, la enjaboné y limpié muy bien, le saqué el dildo, la aclaré y la sequé. Le di crema por todo el cuerpo, especialmente por su maltrecho culo y su coño. Si mañana no recordaba nada, la depilación de este, sí que tendría que explicarla. Y no sabía que iba a decir.

Nos acostamos, y ya por la mañana sonó el despertador. Yo había dormido poco. Tenía una mezcla de sentimientos, había disfrutado como un loco, pero me sentía mal, había drogado a mi mujer para poder follármela ¿O debería decir violarla? ¿Qué le iba a responder si me hacía preguntas? Estaba hecho un lio.

MARORI69.

 

 

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En estos relatos, Ángel, narra las absorbentes aventuras con su mujer, su cuñado y la esposa de este. El final es inesperado.

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