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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Peor para el sol
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Hastiado y cansado, de historias raras, de calores, de no entender nada, acabé en un oscuro bar al otro extremo de la ciudad. Pedí una cerveza y desde la esquina de la barra observé el lugar. La decoración hubiera sido moderna hace décadas, mucha madera oscura y mucha cretona, mucha lámpara de pantalla verde y poca luz, mucho silencio y escasos parroquianos. Junto a mí, una mujer de mediana edad, morena de cabello ondulado, buen aspecto e impecable figura, jugueteaba con la decoración de su daiquiri. Levantó la vista y nuestras miradas se cruzaron, levantó su copa en mi dirección, le correspondí  alzando mi vaso y presentándome diciéndole mi nombre esperando el suyo.

Ella, entre sensual y cortante me respondió ― ¿Qué adelantas sabiendo mi nombre?, cada noche tengo uno distinto y siguiendo la voz del instinto me lanzo a buscar...

― Imagino, preciosa, que un hombre.

― Algo más, un amante discreto que se atreva a perderme el respeto

― ¿No quieres probar?

Se levantó de su asiento, tomó su bolso y su abrigo  y dirigiéndose a la salida dijo ―Vivo justo detrás de la esquina, no me acuerdo si tengo marido, si me quitas con arte el vestido te invito a champán.

Le dejé al barman diez de propina, apuré la cerveza de un trago y pensé que acertó el que el “Templo del morbo” le puso a ese bar.

Al llegar al portal nos buscamos como dos adolescentes en celo, nos fundimos en el más apasionado de los besos y un piso antes del séptimo cielo se abrió el ascensor. Entramos en un coqueto apartamento, su vivienda donde había recuerdos familiares por todos lados, se quitó con arte el vestido, puso boca abajo la foto de boda y comenzó el desfile de moda de ropa interior.

Desnudos sobre la cama me dijo ―En mi casa no hay nada prohibido pero no vayas a enamorarte porque con el alba tendrás que marcharte para no volver, olvidando que me has conocido, que una vez estuviste en mi cama, porque hay caprichos de amor que una dama no debe tener.

Hastiado y cansado, de historias raras, de calores, de no entender nada ―Es mejor ―le pedí― que te calles, no me gusta invertir en quimeras, me han traído hasta aquí tus caderas pero no tu corazón.

Lo que vino después no necesita más detalles, ya se sabe, copas, risas, excesos ¿Cómo pueden caber tantos besos en esta narración?

Pronto sus pechos llenaron mi boca y sus nalgas mis manos y mi polla erecta llenaba el templo de su pasión. El néctar de su boca corría por mis comisuras como elixir del deseo. Sus bien formados pechos coronados de duros pezones eran una invitación a la gula. Si vientre pleno de redondeces la encarnación de expresión de la lujuria. Y su sexo, su sexo culto entre  denso vello la expresión de la pasión. Gocé, gozamos tanto como duró la noche. Luego agotados, caímos en brazos del sueño, del dulce sueño de después de haber amado.

Volví al bar a la noche siguiente, a  brindar con su silla vacía, pedí una cerveza bien fría y  entonces no sé si soñé o era suya la ardiente voz que me iba diciendo al oído,

―Me moría de ganas, querido de verte otra vez.

….…

Peor para el sol que se mete a las siete
en la cuna del mar a roncar,
mientras un servidor
Le levanta la falda a la luna.

….…

Desperté sobresaltado por el radio despertador, Joaquín Sabina sonaba a buen volumen. He soñado, y mi sueño está provocado por esta canción pensé. Sin abrir aún los ojos aún me estiré y al notar que estaba en lugar extraño y sentir un cuerpo a mi lado, sobresaltado me levanté y la vi, una mujer de mediana edad, morena de cabello ondulado, buen aspecto e impecable figura, jugueteaba con su cabello. Lo que vino luego fue la exacta repetición de mi sueño. Con besos, abrazos, sexo y caricias, mi diosa del morbo ha convertido su cama en el altar de los sacrificios del sexo.

 ―Tienes que irte querido que a llegar el día he recordado que tengo marido pero también que he encontrado un amante discreto que se ha atrevido a perderme el respeto y siguiendo la voz del instinto me quedo contigo pero recuerda que no me has conocido, que una vez estuviste en mi cama, porque hay caprichos de amor que una dama no debe tener ...

Pronto sus pechos llenaron mi boca y sus nalgas mis manos y mi polla erecta buscaba la entrada del templo del morbo que se esconde entre sus muslos. Nunca me costó tanto despedirme de una mujer, pero esta tiene carácter sobrehumano, es una diosa, la diosa del amor y del deseo, la sacerdotisa del templo del morbo.

Abandoné su casa y tomé un taxi, en la radio sonaba la canción

En mi casa no hay nada prohibido
Pero no vayas a enamorarte
Con el alba tendrás que marcharte
Para no volver.
Olvidando que me has conocido,
Que una vez estuviste en mi cama,
Hay caprichos de amor que una dama
No debe tener.

Y desde el asiento de atrás, canté a media voz:

Es mejor, le pedí, que te calles,
no me gusta invertir en quimeras,
me han traído hasta aquí tus caderas
no tu corazón.
Y después, para qué más detalles,
ya sabéis, copas, risas, excesos
como van a caber tantos besos
en una canción …

Y el taxista, mirándome por el retrovisor sonreía mientras cantaba:

Peor para el sol que se mete a las siete
en la cuna del mar a roncar,
mientras un servidor
le levanta la falda a la luna.

Volví al bar a la noche siguiente, a  brindar con su silla vacía, pedí una cerveza bien fría y entonces no sé si soñé o era suya la ardiente voz que me iba diciendo al oído,

―Me moría de ganas, querido de verte otra vez.

JRMS

Otro relato ...




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