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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Primer negro
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He estado pensando cuales de mis primeras veces merecen la pena ser contadas. No por nada especial, pero no me parece nada interesante contar la primera vez que me comí una polla porque estuvo todo en el mismo lote del desvirgamiento. Luego me comí más, pero el que quiera una mamada, me come el coño, y si yo no me corro en su boca, él no se corre en la mía. Así de clarinete. Además, el día que por primera vez entró una polla en mi vagina, fue el día que por primera vez me comieron el coño. Y el día siguiente fue la primera vez que me comí una polla, y que me follaron por el culo. No me gusta mucho el sexo anal, pero cuando lo ofrezco, mejor no rechazarlo…

Esto que voy a contar es mi primera vez con un hombre negro, bueno, un chico negro. Eso que tan de moda está en Internet, lo de follar con al menos un negro que tiene una polla enorme. Yo no soy mucho de sexo en grupo, no me gustan tíos empujándose por metérmela en el coñito ni acercándome las pollas a la cara para que se las chupe, ni eyaculando por encima de mí. Yo soy más tranquilita, más pausada, prefiero de uno en uno, aunque estén sentados al borde de la cama, mirando cómo me follo a su compañero mientras esperan turno.

Y lo de las pollas enormes no me interesa, a mí no me importa el tamaño, lo que quiero es que sepan usarla. Además, de la misma manera que siempre hago el amor, totalmente desnuda, y descalza, también lo hago con todo el cuerpo. Me encantan esos hombres que nunca tienen prisa por meterme la polla por cualquier sitio, y que se lo toman con calma utilizando todos sus recursos para hacerme disfrutar del sexo, y yo a él. Un buen masaje en las tetas puede hacerme disfrutar casi tanto como con una follada. Y así fue aquella primera vez con alguien con la piel más oscura que la mía, pero con la sangre igual de roja.

Fue en el pueblo dónde iba de vacaciones con toda mi familia, en mismo donde había perdido la virginidad un año antes. Bueno, quizás sería más correcto decir que donde la abandoné, porque no fue ninguna pérdida y si una grana ganancia.

Aquel verano, Juan estaba con los preparativos de su boda y me permití el lujazo, con enorme satisfacción por mi parte, de disfrutar con él de su despedida de soltero. Que también fue mi primera despedida de soltero, aunque bastante más discreta y sin la parafernalia de las que vinieron después. Lo que es lo mismo que querer decir que me lo follé la tarde antes de la boda. Yo ya era más experimentada, no había desaprovechado el tiempo que había pasado desde aquella semana de un año atrás, cuando fue el primer hombre que me metió la polla hasta el fondo de la vagina, y el que más me enseñó de sexo hasta muchos años después. Alguien me reprochará que lo primero que entró fuera un pepino. Pero no es lo mismo.

Después de la boda, Juan, se fue con su legítima esposa de viaje de novios y me esperaban dos largas semanas de soledad sexual en aquel pueblo. Hasta que apareció Nico. Ya le había visto otros años pero nunca con los mismos ojos que esta vez. Ni las mismas intenciones.

Era un chico muy guapo, atlético y musculado, no muy alto, que eso para mí es muy interesante. Además de muy listo e inteligente y tener una sonrisa encantadora, que todavía hoy me hace rebujitos en el chichi, es amable, educado, tranquilo, dulce, cariñoso, y negro. Lo del color de la piel es una cuestión banal, a mí me importan más los besos que el color de la piel. Era, y es, español, hijo de españoles y un auténtico encanto. Estaba enamoradísima de él, para enorme disgusto del cura del pueblo y cuatro beatorras. Y de una amiga mía al que le gustaba también mucho. Luego se casarían y para mí dejó de ser un objetivo sexual. En mi familia, y en la de él, se consideró un asunto pasajero, algo temporal, un noviazgo de verano pero casi no lo fue.

Fue una tarde en el río cuando nos juntamos las dos pandillas de la misma edad, la de chico engreídos y tontos; y la de chicas presumidas y tontas. Yo la que más. Y a lo tonto y a lo tonto, tonteando y tonteando, acabamos haciendo juntos el camino de regreso. Y no pasó desapercibido. A la tarde siguiente, los demás se las apañaban para que estuviéramos uno al lado del otro, y empezaron las bromas. Nico es muy muy muy negro, yo, muy muy muy blanca. Él como el carbón y yo como la leche. Y los dos muy jóvenes, inexpertos y enamoradizos.

Aquella tarde, al regreso nos quedamos rezagados y nos besamos en el portal. Fue un beso rápido, furtivo, casi clandestino, uno solo, cortito pero sabroso; no hizo falta más. La tarde siguiente sería diferente. Fuimos al río con los demás, pero nos separamos y corrimos entre risas a un lugar donde esperamos que sus padres se fueran. Tenían un compromiso y no regresarían hasta la hora de la cena. Teníamos unas horas para nosotros, para querernos y hacer el amor. Porque yo estaba enamorada, creo que él también.

Nos fuimos a su cuarto y lo primero que hice, fue desnudarme por completo ofreciéndole mi cuerpo, mientras me miraba en el enorme espejo del armario ropero, y me descalcé, siempre lo hago, que es cómo más disfruto del sexo, estando totalmente desnuda y descalza. Pocas veces he follado con ropa o calzada.

Él se quedó parado, uno segundos, mientras miraba, o mejor admiraba, mi cuerpo desnudo. Luego me diría que no había sido la primera chica que veía completamente desnuda pero si la que más buena estaba. Pero ninguno de los dos era virgen, él ya había tenido relaciones y yo, bueno yo… ya sabéis.

A mí, me pareció estar en el paraíso entre sus brazos, casi tanto como con Juan. No demostró tener prisa, y lo primero que hizo fue ponerse detrás de mí y amasarme las tetas. Lo hacía muy bien y yo le correspondí retorciéndome mientras me miraba en el espejo del ropero. Luego, al notar como me estaba poniendo. Se puso delante de mí para comerme las tetas mientras me cogía las nalgas. Me empecé a poner muy caliente, a mucho más de cien y no pude evitar gemir cada vez con más fuerza y a mover las caderas como si estuviera bailando.

No pude apartar los ojos del espejo, era tremendamente excitante verme tan blanca y a Nico tan negro. Sentí una gran excitación al ver sus manos enormes, fuertes, expertas y negrísimas, amasándome las tetas duras, dulces y blanquísimas. El contraste era muy fuerte y muy excitante. Y cuando metió su mano negrísima entre mis muslos blanquísimos creí morirme de gusto.

Nico me empujó hacia atrás, sobre la cama, me hizo primer sentar sobre el borde y luego acostarme boca arriba poniendo los pies sobre la cama, con las rodillas dobladas. Ya sabía que venía después y de la misma impaciencia, en cuanto sus labios rodearon mi clítoris me corrí. Ver su cabeza con el cabello, corto, negro, brillante y ensortijado, moviéndose rítmicamente entre mis muslos blanquísimos me proporcionó un plus de placer. Además, enfrente tenía el espejo y con levantar solo un poco la cabeza, le podía ver la espalda entre mis piernas, su espalda negra como el carbón y mis muslos y piernas blancas como la nieve. Pero muchísimo más caliente.

Él no se detenía y siguió jugando con su lengua y sus labios en mi clítoris labios de la vulva, lamiendo, chupando y mordisqueando. Y me volví a correr. Pero tampoco se detuvo, no tenía prisa, pero yo sí, y mucha por hacer el amor con aquel chico tan maravilloso.

A ver, suena maravilloso y lo fue, aunque la técnica dejó bastante que desear, pero al menos no me llenaba el coño de babas.

Hasta que me tensé, el placer era muy intenso y mi tercer orgasmo llegó entre convulsiones.

Nico se lo tomó con calma y se levantó de entre mis muslos para acercarse a mi boca y darme un beso dulcísimo en los labios. Yo le abracé por el cuello con fuerza y comencé a besarlo desordenadamente llenándole la cara de besos. Luego le hice tumbarse a mi lado, de un salto me levanté y me fui a mi bolsa donde llevaba un condón que me había regalado Juan, era de los que nos había sobrado y como se iba a casar… Se lo puse con poca delicadeza y muchas ansias y me coloqué sobre su cadera, con su pene apuntando directamente a mi coño que ansiaba tragársela.

Bajé despacio, Juan me había enseñado eso, que al principio había que ser cuidadosa, luego comencé a moverme, en todas las direcciones. Hice bailar mi cadera mientras aceleraba al que él se acercaba a su clímax. Mis movimientos eran frenéticos, intensos, bruscos y rapidísimos, mi cadera estaba fuera de control. Cuando Nico eyaculó, yo también me corrí, fue una sensación indescriptible, como nunca antes había sentido.

Me dejé caer sobre él y le volví a comer la cara a besos antes de apartarme y acostarme su lado. Mientras lo hacía, la polla de Nico se salía y noté una extraña humedad en el interior de mi vagina, y un olor familiar. Olía a semen humano, otros no sé cómo huelen pero este sí lo sé. Instintivamente llevé una mano al coño y note algo pegajoso, no era de mi corrida, era mucho más abundante de lo que debiera. Acerqué la mano a mi cara y la olí, olía a semen. Lo acerqué a la boca y lo probé, sabía a semen.

Estaba confusa, tanto como Nico, que contemplaba sorprendido lo que hacía con la sustancia que tenía en mi mano. Hasta que de repente gritó― ¡El condón!

― ¿Qué le pasa? ―pregunté angustiada.

― ¡Se ha roto! Se ha roto el condón―exclamó con un hilo de voz.

Le miré y le vi la punta de la polla reluciente de semen y el condón, de color rosa, hecho jirones en la parte de debajo de su pene.

Aquellas visión, y esas dos palabras, condón roto, fueron un mazazo. Cómo si una roca enorme me hubiera aplastado. No sabía cómo era posible que se hubiera roto el condón, pero se rompió. Casi entro en pánico al comprender lo que había pasado, eran unos condones finísimos, de súper sensibilidad que Juan había utilizado la última tarde juntas y me había regalado el sobrante. La ecuación era fácil, condón fino, prisas o ansias por ponerlo y mal puesto, era la fórmula del desastre.

Estaba desolada y, sentada en el borde de la cama, comencé a llorar desconsoladamente. Nico fue un gran apoyo, se sentó a mi lado, pasó su brazo por mis hombros y me apretó fuerte contra él. El calor de su cuerpo fue también calor para mi mente. Luego comenzó a hablar, muy despacito, muy suavemente, eligiendo las palabras, mientras me daba besitos en las mejillas y me atusaba el cabello. Me sentí mucho mejor. Acoramos esperar antes de hacer nada. Además, tampoco sabíamos que hacer.

Me fui a casa y fingí como mejor pude pero mi tía pareció darse cuenta de algo. También parecía saber lo que pasaba entre Juan y yo, pero nunca dijo nada. Nunca dijo nada de mis andanzas en el pueblo, hasta ahora nunca ha dicho nada ni siquiera a mí. Únicamente alguna sonrisa misteriosa y alguna mirada cómplice.

Dos semanas después me bajó la regla y corrí en busca de Nico para decírselo. Para los dos supuso un verdadero alivio, éramos demasiado jóvenes para ser padres. Cuando lo encontré, después de decírselo, corrimos uno de nuestros rincones secretos, y nos comimos a besos, y pese a la regla, follamos.

Follamos en medio del campo, entre unos matorrales junto a un camino. Pero esta vez con un condón de los que tenía Nico, más grueso y resistente, y se lo puso él, con mi ayuda. Esta vez se puso él encima y no dejé que mis ansias me aceleraran la cadera. Fue un gran polvo.

Aquella noche, en la cama, casi sentí un poco de lástima porque me hubiera bajado la regla. No me hubiera desagradado tener un hijo con aquel chico tan maravilloso. Lo de que fuera negro no tenía más importancia. Al fin y al cabo, yo soy anormalmente blanca, muy blanca, sin pecas excepto sobre la nariz; y apenas me pongo morena con el sol. Acabo el verano con menos bronceado que un cubito de hielo. Pero yo soy infinitamente más caliente.

Pasamos junto el resto de las vacaciones pero al año siguiente, Nico y sus padres no fueron cuando yo y los míos, fueron la semana siguiente a que nosotros nos fuéramos. Nico comenzó a salir con mi amiga, y se acabaron casando y teniendo dos hijos, tan guapos como ambos.

Es el marido de una amiga, así que está fuera de mi radio de acción, pero cuando decida tener otro hijo, es posible que piense en él. No me disgustaría quedarme embarazada de él, a sabiendas de que se notará.

Pero no fue el único hombre negro en hacerme gozar, no es el único no blanco europeo que me hubiera follado. Tengo recuerdos como para hacerme un arcoíris. Recientemente un chino enorme, en todos los sentidos.

Paula

 

 

Primeras veces

Paula, tiene treinta y algo años, y una bonita figura, bonitas tetas en su sitio, buena cintura y culito espectacular, y además, le encanta el sexo. Le gusta follar y estos son los relatos de  sus primeras veces teniendo sexo.

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