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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Primer señor mayor
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Mi vecino, el que me tiraba casi todos los días, llevaba casi una semana sin aparecer; se había tenido que ir por motivos de trabajo. Yo, aquella ausencia la llevaba muy mal. Es verdad que mi marido lo hacía muy bien pero para mí era poco. Atendía a mi hijo pero estaba cachondísima todo el tiempo. Aquella semana, mi marido y yo, salimos a dos polvos diarios. El fin de semana, apareció mi vecino del alma pero para darme una mala noticia, la siguiente semana tampoco estaría. Eso supuso un polvo rápido aprovechando que mi marido había salido a comprar.

Necesitaba un sustituto y no era fácil. No tenía donde buscar, estaba preparando los exámenes finales, mi niño me ocupaba una parte del día, así que salir a socializar en busca de un follador para toda una semana no era una opción. Así que tenía que buscar cerca, quizás otro vecino. Pero no era algo tan fácil, no todos los vecinos podrían ser candidatos. Unos no me gustaban, otros eran estúpidos, otros, sencillamente más bocazas que mi marido, algunos demasiado jóvenes y otros demasiado mayores. Y en ese último razonamiento estaba cuando recordé algo. En una ocasión, no hacía tanto, había salido desnuda, a tapar con el dedo la mirilla de la puerta de la vecina cotilla, mientras mi vecinito se iba. Quien nos sorprendió fue su marido que subía por las escaleras y no le oímos llegar. El buen hombre se quedó petrificado pero nunca dijo nada a nadie, y mucho menos a su mujer. Solo me rozó una nalga con la yema de un dedo y retrocedió sigilosamente por la escalera. Cuando volví a entrar en casa y cerré la puerta, lo sentí subir con paso cansino, y a su mujer abrir la puerta y preguntarle bastante alterada quien bajaba las escaleras. Solo pude entenderle― No sé, no lo reconocí.

El fin de semana me lo pasé intentando idear algo para atraer al marido de la vecina cotilla, sin encontrar ninguna excusa lo suficientemente creíble o consistente para poder follármelo. O que me follara. La vecina, además de muy cotilla y mal bicho, es muy celosa y no quiere ni que su marido me salude. Por supuesto, él es una buena persona, amable, caballeroso, educado, respetuoso, simpático, y habla conmigo siempre que se puede. Alguna vez me ayudó con el carrito de mi niño.

Aquella mañana, me levanté y después de darle el pecho a mi niño, me duché, me di bien de crema hidratante por todo el cuerpo, me peiné y me perfumé. Pero no me vestí, me quedé totalmente desnuda, y descalza, y atenta a la puerta de la vecina.

Normalmente, cuando su marido dale, a lo que sea, la vecina le da toda una serie de instrucciones y recomendaciones. Todas de lo más banal, e incluso absurdo. Esa letanía suele alargarse algunos minutos y era lo que estaba esperando, fui sigilosamente a la puerta y oteé por la mirilla. En cuanto vi que era él quien salía, abrí la puerta un poco y sin hacer ruido, asomé la cabeza y le llamé. Se volvió hacia atrás, para ver si la arpía ya no estaba, y se acercó preguntando en un susurró― ¿Qué quieres, Paulita?

Lo de Paulita, que en condiciones normales me hubiera enfadado, lo que hizo fue ponerme aún más cachonda, y eso es mucho. Y creo que lo notó.

― ¿Puede pasar? ―le dije susurrando, para que su mujer no nos oyera, y para disimilar que tenía la libido en máximos.

Volvió a mirar hacia la puerta de su casa, y luego, sorprendentemente ágil, vino hacía mi puerta que abrí del todo quedándome detrás, con lo que estaba fuera de su mirada.

Cuando cerré la puerta, se giró y me vio. Pareció no sorprenderse de verme desnuda y tampoco pareció impresionado. Quiero aclarar que, los hombres “difíciles”, me excitan mucho más. E hizo lo que hace siempre, en lugar de dirigir sus ojos a mis tetas, o a cualquier parte de mi cuerpo, que tenía desnudo a su completa disposición, me miró a los ojos, me sonrió tan agradablemente cómo siempre y me dijo en voz baja, su mujer estaba al otro lado de la pared― Paulita, estás muy guapa, pero no sé paras que me has llamado.

Entonces empecé con una confusa perorata que había medio ensayado, aunque no me convenciera demasiado. De repente me callé, me acerqué a él, le puse las manos en el pecho y le dije― Me gustaría poder hacer el amor contigo.

¡Y funcionó! Nuestras caras se acercaron, nuestras bocas se rozaron, nuestros labios se entreabrieron, y nuestras lenguas se enredaron. Me excité muchísimo pero cuando sus manos bajaron por mi cintura hasta mis caderas y luego buscaron mis nalgas, creí que iba a correrme inmediatamente. Y me corrí.

Pero como soy bastante discretita, solo algunos jadeos contenidos y unos pocos gemidos muy ahogados fueron la advertencia sonora de que entre mis muslos se iniciaba el diluvio. Me notaba mojadísima, muy empapada, casi encharcada ¡Y menos mal! porque eso sería de mucha utilidad en lo que vendría a continuación.

No pude aguantar más y me liberé de mi propio deseo, abrí un cajón del aparador, abrí un cajita, saque un condón, lo abrí, como hago casi siempre, y se lo ofrecí. Lo cogió de mi mano sin dejar de mirarme a los ojos. Luego ya no sé hacia donde miró, porque me volví, me incliné apoyando los codos sobre ese maravilloso aparador, que guarda mis condones y ha sido testigo de mucho placer.

Apenas me había acomodado, cuando noté a mi vecino, con los pantalones en los tobillos acercarse y rozarme una nalga con su pene enfundado. Luego susurró algo y situó la punta de su polla e la entrada misma de mi coño y dijo algo que no pude entender porque di hacia atrás con mi culo haciendo que mi lubrificadísima vagina, engullera por completo aquel pene.

El respondió empujando hacia delante y sonó el primer ¡plom! Se detuvo y volvió a empujar, volvió a sonar y volvió a decir algo. No pude entenderlo, porque estaba en pleno clímax. Nunca me había pasado, que con la sola metida, con solo tener una polla dentro, me corriera. Y mucho menos de aquella manera.

― ¡No pares! ―le exigí.

Reaccionó y siguió empujando y retrocediendo, con lo que pronto nuestros jadeos quedaron ocultos por el repiqueteo del aparador contra la pared. Mi vecina debía estar rabiando, y más lo estaría si supiera que si sonaba con tanta energía, era porque su marido me estaba haciendo tocar el cielo con los dedos. Aquello sí que era sexo, aquello sí que era hacer el amor.

Aquella música duró mucho, más de media hora. Nunca había echado un polvo tan largo. Y consecuentemente, nunca había tenido tanto orgasmo en un solo polvo. No los cuento nunca, es tontería, jamás tuve esa necesidad. Pero ese día fueron muchos y sería otra forma de recordarlo.

Cuando se corrió, se quedó muy rígido y noté su pene estremecerse con la eyaculación. Se retiró y me volví. Lo contemplé mientras se quitaba el condón con sumo cuidado, y miraba a su alrededor, como buscando dónde deshacerse de él. Se lo tomé de la mano, lo dejé sobre el aparador, y lo abracé con toda mi fuerza mientras le daba las gracias por el polvo, ofreciéndole repetir más veces.

Mi vecino apenas podía responder, necesitaba aire, respiraba entrecortadamente y tuve que ayudarle. Me agaché, le subí la ropa y no pude dejar de fijarme en su pene. Era un pito de viejo, arrugado y más bien pequeño ¡Pero qué bien lo había utilizado! Le di un beso en la punta antes de cubrírselo. Le abroché el cinturón pero flojito, y le tomé de la mano para llevarle al sofá del salón. Le senté y me arrodillé entre sus piernas, apoyando la cabeza en sus rodillas. Estuvimos así un rato, sin decir nada, solo intentando recuperar la normalidad de la respiración. Los dos, que a mí me había hecho gemir y jadear como nunca.

Al rato, comenzó a acariciarme el pelo mientras me decía entre susurros― ¡Gracias Paulita, hacía mucho que no folla…! ―se detuvo para añadir―Bueno, que no hacía el amor.

Aquellas palabras me encantaron, aunque me hubiera llamado Paulita. Además, me pareció muy tierno que lo hiciera mientras me acariciaba el pelo y sin pensarlo le pregunté― ¿Te ha gustado?

― ¡Mucho, Paulita! Hacia demasiado tiempo que…

― A mí también me ha gustado mucho ―respondí para añadir― Y me gustaría volver a hacerlo.

― Me encantaría pero me has agotado, no podría con un segundo asalto. No por ahora, puede que más tarde…

Justo en ese momento, despertó mi niño pidiendo comer, mi vecino quiso irse pero le dije que se esperara. Que podíamos hablar un poco― Como buenos vecinos ―le dije.

Fui a por el niño, lo llevé al salón y se lo puse en brazos al vecino que se quedó encantado haciéndole cucamonas a mi niño. Y fui prepararme. Lo primero lavarme el coño que era un auténtico bebedero de patos, luego a limpiarme y desinfectarme las mamas. No me vestí.

Regresé al salón, me senté en el sofá, al lado de Mariano, mi vecino, cogí al niño y me lo llevé al pecho. Se aferró al pezón y empezó a darle fuertes y muy sonoras chupetadas. Mariano, como siempre, me miró a los ojos y sonrió.

Mientras daba de mamar a mi niño, hablamos de muchas cosas, de su vida, de la mía. Curiosamente no hablamos mucho, ni directamente de sexo. Dijo que me oía muchas veces haciendo el amor, cuando tardaba en dormirse. Dijo que a su mujer le molestaba oírnos follando, pero que a él le gustaba y hasta le daba envidia. Sobre todo porque sabía lo mío con el otro vecino, el más joven. Dijo que envidiaba al joven por poder tenerme. Le respondí que no tenía que tenerle envidia, que ya me tenía; y que podría tenerme más veces.

También comentó lo del ruido del aparador contra la pared. Dijo que a su mujer la traía loca, sobre todo porque no sabía quién era el hombre que me visitaba. Contó que le enviaba a enterarse en cuento cesaba el ruido. Así que ideamos algo, para chinchar a la arpía, y protegerle a él. Como su mujer se pasaba tiempo mirando por la mirilla, comenzaríamos a mover el aparador como si estuviéramos follando, y el saldría silenciosamente y entraría en su casa en pleno concierto de golpes. No reímos mucho ideándolo pero más cuando la siguiente vez, me contó que se había encontrado a su mujer escuchando apoyando la oreja en un vaso que tenía contra la pared.

―Aquello fue el inicio de una estupenda y maravillosa relación sexual que continúa todavía hoy. Los encuentros son menos frecuentes, pero igualmente buenos. No eran polvos rápidos, eran en condiciones, en el aparador al principio, pero también en el sofá y en la cama. Eran largos y sudorosos, por eso ahora me pongo encima y lo cabalgo, muy despacito para que disfrute de mí. Yo disfruto muchísimo con él, las sesiones de sexo son casi interminables. Alguna vez me ha dejado el coño dolorido. Los dos sudamos muchísimo, y yo disfruto de unos cuantos orgasmo, con cada polvo. Mi marido debe sospechar algo, y Juan lo sabe, se lo conté una interminable tarde de sexo, unas vacaciones en el pueblo, un día que su mujer no estaba, y yo ocupaba su lugar en su cama.

Hablando de Juan, cuando me desvirgó me doblaba en edad, Mariano, me la dobla ahora, cuando hicimos el amor por primera vez, casi me la triplicaba.

Mariano no ha tenido hijos, según el mal bicho de su mujer, porque él “no puede”. Probablemente no sea cierto y cuando valoro lo de volver a quedarme embarazada, me acuerdo de él. Me encantaría darle un hijo, o que me lo dé, que va a ser muy deseado, por los dos. Es más, se lo diría, le diría que quiero un hijo suyo, que quiero que me haga madre. Solo tendría sexo sin protección con él, hasta que me preñe. Le explicaría que quiero ofrecerle mi cuerpo para que disfrute con el sexo pero también que me use como madre para que cumplir ese deseo, que le contó confesar, de tener descendencia.

Estuvo a punto de suceder, lo de quedarme embarazada de él. Íbamos por el segundo y hubo un falso positivo; cuando vino a casa, hicimos el amor sin protección y resultó ser una falsa alarma. Incluso me decepcioné un poco cuando me vino a regla y tampoco iba a ser la madre del hijo, o hija, de Mariano. Pero seguimos teniendo oportunidades.

Este señor, simpático, respetuoso, culto, educado, gentil, follador impresionante y maravilloso en  muchísimos otros aspectos, fue mi primer "señor mayor". A cambio, yo le hice su primera mamada; mi boca fue la primera en recibir su polla y su semen. También fui su primer culo. Y esas dos veces disfrutamos mucho los dos. Me encanta hacer el amor con Mariano.

Paula

Primeras veces

Paula, tiene treinta y algo años, y una bonita figura, bonitas tetas en su sitio, buena cintura y culito espectacular, y además, le encanta el sexo. Le gusta follar y estos son los relatos de sus primeras veces teniendo sexo.

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